El nacionalismo español es el producto de un proceso que se inició en el siglo XIX, el de los estados-nación. Antes los individuos eran siempre súbditos, con obediencia a un rey. El de Castilla, conquistadora de los otros reinos peninsulares, y de las Américas, Flandes, parte de Oceanía, Canarias y otras partes de África. Su imperio llegó a expandirse por el mundo e incluso se decía que en él no se ponía el sol y algunos opinan que estaba el hambre en su plenitud. Realmente la Castilla convertida en España creó un estado monolítico, expansivo por naturaleza, con una lengua, religión y cultura. Hoy día, el fin de ese Estado español, gobernado por los franquistas, añorantes del Imperio, y de los reyes, mal llamados católicos es, “democrático y parlamentario”, pero sobre todo administrativamente, judicialmente, policial, unitario e insolidario dentro de su aparato burocrático. Cuando el nacionalismo es conquistador e invasor, los otros, los periféricos se defienden con sus reivindicaciones siempre desoídas, esperando que la razón, y el buen hacer, pueda un día entrar en las mentes del centralismo jacobino español, que tiene la virtud de no presentarse como nacionalista, como si sus pretensiones fueran lo natural y normal o incuestionable. Confunden la historia del Estado al no definirse como nacionalista, aunque son retrógrados y partidarios acérrimos del Estado-Nación.