LLEGARÁ el día en que se nos escapará una carcajada y los nietos correrán a esconderse bajo la mesa aterrorizados. Entonces les explicaremos que en nuestros tiempos la gente se reía abriendo la boca y emitiendo ese sonido, que había quien se tronchaba inclinando la cabeza hacia atrás o agarrándose la tripa y que alguno incluso se desternillaba de tal manera que terminaba apretando las piernas camino del baño. Los críos nos mirarán con cara de emoticono asombrado, intentando averiguar si aquello tiene base científica y está documentado o se trata de una batallita de esas que precisan fe ciega. Algo comprensible, acostumbrados como estarán a expresar sus emociones solo con los pulgares, alternando los smileys con las onomatopeyas en el WhatsApp o como demontres se llame el servicio de mensajería del momento. Los niños del futuro no se descuajeringarán -ja, ja, ja- como lo hicimos nosotros. A lo sumo soltarán un universal LOL. Ya nadie contará chistes, solo se reenviarán memes, y así, sin ver al otro partirse, la risa no se contagia. Lo mismo pasará con la tristeza. Compartiremos miles de fotos y vídeos de bebés desnutridos, de refugiados desesperados, de decapitaciones, de hogares bombardeados, de mujeres violadas, de hombres torturados, de niñas mutiladas... y nos volveremos insensibles. Llegará el día en que se nos escapará una lágrima y vendrá un investigador a recogerla para analizarla, como si fuera agua en Marte.

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