ESCUCHÉ el relato contado con la emoción de quien repite la historia transmitida de padres a hijos? y temo que el calor se enfríe en mis palabras. Se trata de la historia de la Gamazada en Nafarroa, cuando un pueblo vencido en sus guerras forales, tras un pacto humillante, apoya la gestión de su Diputación en las Cortes de Madrid, a causa de un nuevo atentado contra su fiscalidad.
Las carreteras de Nafarroa fueron ríos desbordados de gentes portando estandartes con el lema, profundamente intuitivo: “Paz y Fueros”. La multitud quiso mostrar que el pueblo de Nabarra no olvidaba su Ley ni su Historia y que sabía que tal Ley y tal Historia era lo único que podían hacerle vivir en paz.
Cuando la Diputación consiguió en Madrid lo exigido, el pueblo fue a Castejón, a la frontera de Nafarroa, a recibir a sus diputados. Dicen que con tal fervor que hasta levantaron en andas el vagón del tren donde iban los diputados, entre ellos, Arturo Campion. Y que en aquel tiempo, carente de radio y otras fórmulas de comunicación de masas, días más tarde, el paseo Sarasate de Iruñea se llenó de una multitud vibrante. Estanislao Aranzadi, el euskalerriako -su nieto me contó la historia- salió al balcón de la Diputación y dio esta alocución: “Señores? ¡Viva Gamazo! Porque nos ha unido”.
Aranzadi tarareó entonces el paloteado de Monteagudo, cantado en el alba de Castejón, que comenzaba? “Antiguamente Nabarra era un reino independiente”?.y culminaba? “Vivan las cuatro provincias que siempre han estado unidas”.
Estos hechos los vivió un hombre joven y ardiente: Sabino Arana Goiri. De muy cerca, pues se alojó en casa de los Aranzadi en el paseo Sarasate de Iruñea, aún en pie. Su amigo íntimo desde la infancia, de su exilio en Betharram, Daniel Irujo Urra, consejero y defensor de sus causas más tarde, le fue explicando -si es que había palabras para revelar aquellos sentimientos tumultuosos- lo que se agitaba en el alma de cada uno de los navarros que reclamaban sus Fueros.
El resonar de viejas voces Sabino Arana regresó a Bizkaia con el espíritu resonante de las viejas voces que circulaban por sus nervios euskaros. Las de sus antepasados que en Orreaga defendieron la soberanía de la tierra vascona y fundaron un reino. De los que en Mungia salvaguardaron la libertad de Bizkaia. La de los últimos reyes de Navarra que, muertos en exilio, reclamaban para sus huesos sepultura en tierra natal. Eran, a más, otras voces las que se removían en su torrente sanguíneo, furiosas y rebeldes.
Las de los hombres campesinos que aferrando las armas se echaron al monte en pos de Zumalakarregi, el guipuzcoano, para defender la causa del Fuero, aunque ligándola a un rey la volvieron débil. Por eso Aranzadi hubo de decir: “Fueros sin Rey”.
Eran voces de los hombres traicionados en el abrazo de Bergara y que frustrados caminaron, demasiados de ellos, al exilio americano, dejándonos el socavón de su ausencia. Era la voz del bardo Iparraguirre que hacía llorar a multitudes cuando tocando su guitarra exaltaba al Árbol de Gernika, el de las libertades vascas.
Cuando un pueblo de suyo severo y concentrado expresa en lágrimas su amor por la ley perdida, es un pueblo que está clamando libertad. Esto sacudió el alma del hombre que nació profeta y se volvió héroe -de los que se forjan en las renuncias, se templan en el acero de las humillaciones, de las cárceles, de lo perdido- cuando iba auscultando la tremenda crisis del pueblo vasco. Era una verdad tan clara y al mismo tiempo tan alucinante, que Sabino debió llevarse sus manos a las sienes para no tambalear.
Su camino de Damasco/Castejón estaba cumplido, y desde entonces solo cupo la lucha, el quebranto de la salud y la muerte temprana. En tan poco tiempo como le quedaba y con las energías escasas que le iban dejando los contratiempos, Arana hizo muchas cosas. Tantas, que una se pregunta cómo pudo hacerlas todas.
Lengua, nombre, patria... Partido El viejo idioma que había resonado en Orreaga y que se hablaba en los caseríos y que se llevaban en sus labios los emigrantes a América, fue tocado por sus manos que, aunque no expertas, al ser amorosas, le dieron cuerpo y figura. Así también nos rescató los bailes y la música que nos iban haciendo olvidar.
A la vieja patria de los vascos mil veces soñada por los hombres que la dejaron en sus expatriaciones -balleneros en Terranova, navegantes por el Cabo de Hornos a Filipinas, pobladores de las pampas del sur de América y de los que hicieron el comercio del cacao y azúcar en la tierra de gracia venezolana- le dio un nombre. La hizo real como la estrella de sur o la estrella polar, pues todos pedían hablar de ella y ubicarla en el mapa de los sueños y en de las naciones como correspondía a su dignidad. La llamó Euskadi y le dio una bandera, la ikuriña, y un himno. Y tales cosas fueron aceptadas por la multitud vasca que se sintió, al fin, bautizada.
Y a la Historia del Pueblo Vasco, Sabino Arana la recorrió como un águila real que sabe medir la altitud de las montañas, vadear la curva de los ríos, acomodarse a las corrientes del viento. Recobró en su vuelo un sentido histórico que este pueblo tenía perdido y al devolverle la memoria, le retorno dignidad. Por él supimos qué cosas habíamos hecho -grandes o pequeñas- y cuántas más podríamos hacer retornando el hilo quebrado.
Por Sabino Arana y su visión y su quehacer, pudimos llegar al fondo del Fuero Vasco. A la raíz de la ley, savia del Árbol de Gernika que se mantenía a través de viejas costumbres y que parecía alentar en secreto en los corazones, tal como un sueño de oro.
Arana rescató la visión de su penumbra, colocándola como un brasero ante los ojos de sus compatriotas, quienes comprendieron que si habían ejercido una ley semejante tenían derecho a seguir ejerciéndola en libertad. Quizás sea esta la mejor de las conquistas de Arana. La de mayor trascendencia. La creación de un partido político le honra porque se adivina no tan solo al hombre de los sueños, sino al hombre práctico que como vasco, llevaba ensartado en el telar del alma.
Y eso le hace un conquistador a modo de los que penetraron en intrincadas selvas, aunque victorioso, porque los conquistadores de América jamás encontraron el Dorado y Sabino sí encontró el filón de oro, la médula del Pueblo Vasco. La aferró, la palpó, le dio forma espléndida y quien haya leído El partido carlista y los Fueros Vascos no puede dejar de advertir la certera vehemencia de su espíritu. Entonces ya no parece el hombre beatífico que contemplamos en los retratos, con su traje oscuro y su recortada barba de finales de siglo. Mejor viene a nosotros esa otra fotografía de un Sabino joven, con la boina sobre la cabeza, con barba desgreñada y poblada, semejante a la de Iparraguirre. Un Sabino romántico pero vigoroso. Un hombre cuyos ojos parecen taladrar tan hondo que es imposible imaginarlo muerto o dormido. Que debe estar vivo aún, inquieto, como si el fervor de su descubrimiento fuera mayor que el de su voluntad.
Un pueblo que sabe Arana Goiri es un hombre que ha despertado grandes controversias y parece de moda hablar de él con descalificación por gente que no ha hecho ni una cuarte parte de sus trabajos, signo indudable de incultura y también de llevar el estigma de la política franquista que pretendiéndolo empequeñecerlo, achicaba la causa de Euskadi.
Pero un pueblo sabe cuándo sus hombres son grandes y merecen aprecio más allá de su muerte. Y sabe que honrando a los hombres que le dieron todo -comodidad, fortuna, talento y salud- se honra también a sí mismo. Las cualidades de Arana Goiri y sus defectos están presentes en cada hombre y mujer vasco. Desdeñarlo es desdeñarse a sí mismo. Y nadie puede llegar a eso sin perder dignidad.
A Sabino le tocó encender una antorcha mientras otros dormían. Fue más valiente que muchos y también más sensible. Y desde luego más heroico. Estas son las cosas que se deben recordar cuando se le mira tantos años después de su tiempo, en un acto de sinceridad y generosidad.
Sobre estos sentimientos se edifican las figuras de los grandes hombres y mujeres de la historia, mitos y leyendas que hemos hecho desde que la humanidad abandonó la oscuridad de la cueva original, la ley de la selva y el desaliento de la llanura, y pudo expresar en palabras su idea y sentimientos y expander la frontera de su inteligencia. Son las cosas que hoy debemos recordar. Que si hubo hombres como él, podemos volver a tener no tan solo uno, sino muchos más. Porque eso vamos a necesitar para edificar la Euskadi del futuro.