ESCUCHO a un joven militante de la izquierda abertzale argumentar sobre las posibilidades de configuración del futuro Gobierno español. Le parece algo lejano y, sobre todo, defiende que tanto PP como PSOE han llevado políticas similares respecto a una cuestión que él considera ahora mismo fundamental: la situación de los presos. Añade, incluso, que fue Aznar el único que inició un acercamiento a cárceles vascas. Fue cuando dijo aquello del Movimiento de Liberación Nacional.
Mi interlocutor debía ser muy joven en 1998, tanto como para no tener memoria directa de lo que sucedió y de lo que siguió al final unilateral de la tregua por parte de ETA con un rosario de asesinatos. La respuesta de Aznar fue tremenda, y de aquellos polvos vienen estos lodos. Tiene razón en una cosa, posiblemente el único argumento que está dispuesto a defender una mayoría de la sociedad vasca: los presos tienen intactos sus derechos ordinarios, que incluyen el cumplimiento de la pena en una cárcel próxima a su entorno, o la excarcelación por enfermedad grave, o la reinserción en los términos en los que los contempla la legislación.
Dice que le da igual quién gobierne en Madrid, Rajoy o Sánchez? hasta que le preguntas directamente: si de tu voto dependiera qué harías. Entonces sí, a regañadientes, dice que cualquier cosa antes que prolongar el mandato de Rajoy. Esa sensación no es exclusiva de los simpatizantes de la izquierda abertzale. Si alguna conclusión se puede sacar del voto vasco el pasado veinte de diciembre, es que la ciudadanía reclama un cambio.
Ese cambio ahora mismo pasa por sumar alrededor de Pedro Sánchez más votos a favor que los que sume PP. Así de claro. Lo de Ciudadanos está por ver. Me sugiere el socialista Odón Elorza que siga la pista a una posible abstención de los de Albert Rivera. ¿Difícil? Desde luego que lo es; aunque más difícil que un acuerdo de investidura para alcanzar la Presidencia es lograr después la estabilidad para el Gobierno resultante. Porque con un apoyo aquí y una abstención allá, Sánchez podría convertirse en presidente, pero casar lo esencial de su programa, con la idea plurinacional que defiende -con o sin consulta- Podemos, y además atender a la demanda de, digamos, el PNV? eso ya es más complicado.
El orden en el que se realizan los movimientos es importante. Primero es Rajoy el que debe tomar la iniciativa y poco recorrido tendrá. Más o menos, el mismo que tuvo Ibarretxe cuando fue privado de repetir mandato por un “pacto de perdedores”, por usar la expresión que ahora emplea la vicepresidenta española Soraya Sáez de Santamaría. Comprobado el fracaso -debería evitarse investidura frustrada para no marear la perdiz-, llegará el turno de Sánchez y como la cuestión se antoja complicada, no estaría de más que vaya adelantando trabajo.