Estimada señora Gutiérrez:

Se dirige usted a mí en una carta publicada en este periódico, donde da cuenta de las circunstancias en las que se produjo un ingreso no voluntario de su hijo, aquejado de una crisis por una enfermedad mental.

En primer lugar, me gustaría trasladarle que entiendo perfectamente el sufrimiento de una madre y una familia en un trance como el que describe. Como consejero de Salud, como médico y como persona, siempre he defendido que la enfermedad mental es, y debe ser considerada una enfermedad más. Desde esa premisa trabajamos en el Departamento de Salud, en Osakidetza y en los servicios de salud mental. Sin salud mental no hay salud.

Nuestro sistema sanitario y la sociedad en general afrontan un reto: se estima que una de cada cinco personas padecerá al menos un trastorno mental a lo largo de su vida. No en vano el actual Plan de Salud 2013-2020 recoge, además de la promoción de la salud y la prevención de las enfermedades en todos los ámbitos, la salud mental como elemento transversal a todas las políticas para poder así atender las necesidades de la persona en su integridad.

Y lo que, desde luego, le puedo asegurar es que el Departamento de Salud y Osakidetza trabajamos para evitar la estigmatización de la enfermedad mental y garantizar la dignidad de todas las personas. Lo que no es óbice para que en la red de salud mental ocasionalmente haya pacientes que precisan ingresos hospitalarios involuntarios o contra su voluntad, en ocasiones, con la oposición física del propio paciente, pero siempre desde el respeto a la dignidad de la persona y con todas las garantías sanitarias y legales, incluida la pertinente autorización del juez. El único objetivo de estos ingresos hospitalarios es restituir la salud del paciente y proteger a éste, a sus familias y a la sociedad en la que conviven.

Atentamente,