EL míster del Espanyol y su compañía llegaron a Donostia el mismo domingo, así que no sé si hubo tiempo para que Topo Gigio enviara el mensaje al R. C. D. Espanyol y colocarse en el césped como las reglas lo dicen. El míster Moyes, jefe de las huestes txuriurdines, tenía la mosca tras la oreja porque antes de los encuentros guardaba celosamente sus cartas y ocultaba la información al rival, pero... Algo ocurría. Los jugadores y ayudantes le decían “míster, ponga trampas para ratones, quesito por aquí, quesito por allá, travesaños que al lanzar los tiros a puerta se empequeñezcan, etc?”. El presidente, Jokin Aperribay, Lorenzo Juarros, Arrieta y compañía aguantaban como podían los chaparrones que, últimamente, llegaban desde la grada. Y su inquietud la transmitieron al entrenador inglés y este, el Moyes, mirando al cielo, desencajado, medio histérico, fuera de sus casillas exclamó con fuerza: “¡Cojones!” (en inglés, claro). “Pondremos en marcha una buena operación a la que llamaremos caza del topo”. Y todos dijeron “sí, sí, sí,?”.

Pero? ¡nada!, Gigio volvió por sus complicados vericuetos dejando rastros falsos. Todo se convirtió en un misterio. Y como, al parecer, pintaban bastos, se barajaron todo tipo de opciones. Algunos miraron al cielo para que la ciencia infusa se posara sobre la cabeza de algunos, otros se afanaron en dar la vuelta a la situación y? en fin. Pero siguieron a la vieja usanza, algo torpes en el césped y griterío y pitadas en las gradas. La baraja continuaba en bastos. Un amigo, en plena temporada de chaparrones, me dijo: “Lasai, ya dejará de llover”. No le faltaba razón a mi amigo. Escampó y se hizo la luz, aunque muy tenue, muy tenue. El topo Gigio, no sé si con ganas de soplar algo a alguien o qué, pero a punto estuvo de volver a las andadas en Anoeta. A la Real le salvó, como se dice, la campana, la campana de la suerte. Pero ¡ganó!, es lo que vale. A ver si el dichoso topo desaparece de los vestuarios realistas y respiramos todos.