LOS profesores universitarios otra vez nos hemos sobresaltado al leer el periódico: De nuevo se pide a las universidades que cambien sus programas y se adapten al 3+2 imperante en Europa. No deja de sorprendernos que se vuelva de nuevo a reformar el sistema universitario cuando hace muy pocos años (en 2010) hemos tenido que pasarnos al 4+1 y todavía no sabemos con seguridad qué resultados están consiguiendo nuestros graduados.

El Plan Bolonia supuso un complejo cambio en el sistema educativo, que finalizó su adaptación en 2014. No solo fue un cambio de duración de los estudios, sino un cambio de la forma de practicar la docencia universitaria, dándole al alumno mayor capacidad de trabajo personal, valorando la evaluación continua y distribuyendo las clases en magistrales, seminarios y prácticas. La evaluación continua es un sistema acertado para la mayoría del alumnado, pero exige también al profesorado una dedicación, en tiempo, mucho mayor ya que la corrección de trabajos puede llegar a ser una tarea ingente.

Por otra parte, hay que plantearse que cuando cambiamos de un plan a otro deben convivir ambos durante un tiempo. Prácticamente acabamos de terminar con el plan anterior, personas que acaban de conseguir su licenciatura en un “mundo académico” dominado por grados y ahora abrimos un nuevo frente de graduados de cuatro años y otros de tres.

Uno de los cambios sustanciales que se produjo con la adaptación de los títulos al EEES es que nuestras titulaciones tengan asociadas un sistema de garantía interna de calidad, como así se presentó en su memoria de verificación. Sistema que prácticamente no hemos desplegado y sin saber los resultados que este cambio supone sobre la sociedad nos planteamos cambiar.

No podemos decir que sea negativo el 3+2, pero, si es el sistema mayoritario en Europa, ¿por qué no se hizo la primera vez? Y ahora ¿qué hacemos con esos graduados que tendrán que estudiar cuatro años y su titulación será la misma que los que han estudiado un año menos? ¿Y los másteres? Si los de un año hay que pasarlos a dos, ¿tendrán todos los titulados el mismo reconocimiento?

La respuesta a estas preguntas es difícil, y ya se está generando un debate. Debate en el que participamos todos, y todos debemos negociar con el ministerio. Echamos de menos un pacto por la educación, no podemos cambiar de sistema cada cinco años y además que se nos exija al personal docente e investigador tener que publicar, investigar? Es imposible mantener la calidad en un entorno en el que reina la incertidumbre. Y, por romper una lanza a favor de la Universidad, creo que lo estamos haciendo razonablemente bien dadas todas las dificultades que nos ponen, porque la mayoría de docentes disfrutamos con nuestra labor.

En principio, lo prudente será esperar a 2017 para ir implantando este nuevo plan, pero no podemos quedarnos dormidos. Debemos pensar más allá y empezar a hacer los deberes para adaptar las titulaciones.

La segunda parte es el precio de este itinerario de 3+2. Si desde el ministerio no se facilita y se ayuda financieramente a las Universidades para poder equiparar precios de grado y posgrado, no va a ser un sistema efectivo. Se trata de que los mejores alumnos lleguen al posgrado, no sólo aquellos que tengan recursos económicos.

Y pensando en que el alumnado curse en su mayoría el grado y el posgrado, ¿qué les diferencia después? Aquí volvemos al doctorado como titulación distintiva de un esfuerzo superior. Quizá después de tantas reformas volvemos al plan antiguo, al pre Bolonia, cuando las carreras eran de cinco años y luego se podía hacer un doctorado.

Además, podríamos encontrarnos con universidades que implantan el 3+2 mientras otras están con el 4+1, y esto supone una cierta inquietud por parte del alumnado a la hora de elegir. Si, por ejemplo, Derecho dura tres años en una Comunidad y cuatro en otra, esto puede suponer un problema para los estudiantes, sus familias y los empleadores. No se puede tener la misma formación con sesenta créditos de diferencia.

En definitiva, si este paso se da en favor de la calidad de la docencia, bienvenido sea. Pero se debería siempre hacer el esfuerzo de consulta a los agentes universitarios, y pedir la estabilidad al margen de quiénes estén en el Gobierno. Si se llega a un sistema consensuado, será una garantía de equilibrio a largo plazo.

En un entorno donde los retos empresariales se centran en la innovación, la creación de valor y la colaboración entre equipos, quizás deberíamos tener en cuenta estos retos para la Universidad.

La Universidad dispone de un profesorado que cada vez está siendo sometido a una mayor exigencia sin tener en cuenta el esfuerzo que supone realizar estos cambios en los planes de estudios y que la reforma inicial no ha conseguido que se pueda trabajar con un número pequeño de alumnos. Es decir, los recursos son los mismos pero la exigencia mayor.

¿Cuándo aprenderán las autoridades en educación que no puede hacerse una reforma a coste cero?