QUE alguien te esponsorice un almuerzo -que te inviten a comer- es algo muy agradecido para quienes ni disponemos de gastos de representación ni de dietas económicas extraordinarias. Tampoco es una cuestión que se busque. Comer, comemos todos los días. Como todos los mortales. Y cada cual se paga su menú de su bolsillo. Como corresponde. Seas político, cargo público o perico el de los palotes. Pero, que, de vez en cuando, un buen amigo te llame para compartir mesa y mantel, para nada es despreciable.

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