EN pleno fragor del Carnaval, he recordado la metáfora sobre el momento en el que hay que salir del paso tras una pifia. Vestirse de lagarterana es, en primera instancia, el remonte de un rato, pero en realidad destila un tufo a ridículo que llega a todos los olfatos que presencien la función. En tres palabras: no supone otra cosa que dar el cante. A EH Bildu, la salida en forma de hidra a cuenta de la inhabilitación de Ángel Toña se le ha mutado en ladridos de caniche cuando los sindicatos apoyaron unánimemente el trabajo del consejero como administrador concursal. Alguien debió de hablar con LAB y no lo hizo, así que toca disfrazarse. Algo así le está pasando a Rafael Simancas tras la destitución de Tomas Gómez por Pedro Sánchez, el intacto, que no puede soportar que Gómez arruine un ayuntamiento con cuarenta millones de sobrecoste mientras se ajusta la faja del disfraz con los ERE en Andalucía. A estas alturas, ya no se sabe si lo que en realidad ha hecho Sánchez es tirarse por un barranco con la capa de Superman y dentro del braslip todo su poderío. El disfraz es tan aparatoso como el que se enfundó Podemos con los dineros no declarados de Monedero y recuerda al chiste de Gila sobre el espía Agustín, que era un señor bajito que se llevó los mapas del polvorín vestido ni más ni menos que de lagarterana. Pues eso, como los disfraces, que los devuelva, que solo tenemos esos.

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