HACE pocas fechas hemos celebrado, perdón, hemos sufrido, el setenta aniversario de la liberación del campo de concentración de Auschwitz, donde murieron más de un millón de personas. Esas imágenes de personas famélicas a las que se les iluminaron las pupilas al ser liberadas pues era casi lo único que podían hacer resplandecer, quieren marcharse de nuestras retinas para siempre, porque nos avergüenzan como personas humanas. Pero detrás del último informe de Unicef que, entre otras cosas, dice que unos dieciocho mil niños y niñas mueren cada día a causa de determinadas enfermedades y el hambre -hablan de causas prevenibles- nos quedamos como antes, porque lo hemos oído muchos años. También nuestras miradas pasan de largo ante la infinidad de imágenes que recibimos sobre las consecuencias de las diferentes guerras -¿Hay que enunciarlas una vez más?-, guerras que, por cierto, en ocasiones nos sirven para decir que tenemos que armarnos más.

Esta locura de incivilización mundial, donde las informaciones y los datos se nos venden con porcentajes y números fríos sobre todo tipo de tragedias, nos insensibiliza tanto que después de tal cúmulo de informaciones sentimos orgullo de no padece como esas pobres personas que sufrieron y sufren, pero a las que no vamos a consentir que nos quiten el sueño. Las constantes informaciones que recibimos no afectan a nuestras convicciones y acudimos a presupuestos astronómicos para aumentar la seguridad y la capacidad armada, porque quizá las brutalidades de nuestro inmundo mundo puedan resolverse con nuevas brutalidades.

Es cierto que la vida es bella. Que muchísimas personas se levantan cada día pensando en mejorar la convivencia y construyen increíbles proyectos para mejorar la vida de otras personas, incluso en las circunstancias más adversas, porque ya es triste que, según dice Oxfam, la mitad más pobre de la población mundial posee la misma riqueza que las 85 personas más ricas del mundo. Y a pesar de ello, miles de millones de personas siguen creyendo que la vida merece ser vista desde el perfil de su belleza, lo que no significa que aceptamos la situación de inhumanidad de nuestro siglo, que esperemos que no sea peor que el XX.

Cuando un millar de personas propietarias del mundo, propietarias de las multinacionales que dirigen la batuta de las finanzas, se reúne en Davos para dar instrucciones a cuarenta mandatarios de los países más poderosos, corresponsables del aumento o descenso de las desigualdades, y los medios de comunicación nos vuelven a pintar un mundo donde están heladas las cifras de sufrimientos y de posibles beneficios económicos.

Tenemos información suficiente para ver nuestro mundo tal y como es, pero nuestras convicciones nos ayudarán a entender si está vivo o está muerto.

Cuentan que dos niñas quisieron poner en un aprieto a un sabio y, para ello, una de ellas escondió una mariposa azul entre sus manos y le preguntó si estaba viva o muerta. Si decía que estaba muerta, la niña abriría sus manos y la dejaría volar. Si decía que estaba viva, la aplastaría, solo para quitar la razón al sabio. Cuando se dirigieron al sabio y le preguntaron si la mariposa estaba viva o muerta, el sabio respondió: “Depende de ti... Ella está en tus manos”.

Ese mundo está en nuestras manos. Y somos capaces de destrozarlo, incluso como un desafío a la sabiduría, a la que hoy podemos llamar ética, que es el último eslabón en el progreso humano, mucho más allá de los avances científicos. O podemos dejarla volar libre y hacerla compartir, con equidad, con justicia, un futuro en libertad donde el mero hecho de que exista una injusticia en el mundo nos afecta. Y no para olvidarnos del perfil bello de la vida, sino para quitar todo rastro de las sombras.

Pero tenemos las manos demasiado ocupadas en el mando del plasma, en la pantalla de un ingenio de última generación que nos provee de muchos datos, pero nos insensibiliza cada vez más hacia la verdadera situación de nuestro bello e injusto mundo. Y lo que está en nuestras manos, además del voto, es la acción en nuestro entorno más cercano, acción local, sin perder de vista la situación global, que es una manera de caminar sin dar saltos.

Aún quedan supervivientes de Auschwitz. Aún quedan miles de campos de concentración y de sufrimiento humano que esperan que tomemos la decisión más ética para que la mariposa, el planeta azul, emprenda su vuelo en libertad y no sea aplastado.* Escritor