ESTA semana en la que todo ha olido a corrupto nos queda la poesía, disciplina balsámica del ánimo,? o no.

“La infancia es la dulce fuente,

el poder mana con belleza, la primera señal de la madre para guiar los torrentes

de aquellas almas que inquietas crecen.

Crecen para el bien o para el mal,

encauzadas a la luz o arrojadas al mal,

pues la mano que mece la cuna

es la mano que domina el mundo.”

El poema es del estadounidense William Ross Wallace, romántico del siglo XIX. Wallace escribió La mano que mece la cuna en 1865, cuando su país salía de una sangrienta guerra civil. Aunque habla de la infancia, cuando la mejor juventud de su país se había desangrado y mutilado en campos de batalla a los que acudieron animados por el verbo inflamado de sus líderes políticos, es difícil no buscarle una vuelta. De hecho, al sustituir en el poema la infancia por la política, el resultado es más inquietante, si cabe. Las manos son fundamentales en la política. Mariano Rajoy juntaba las suyas esta semana en el Senado con cara de compungido, de haberse equivocado y de “quién iba a pensar que tanto colaborador necesario iba a resultar un presunto chorizo”. No sé si cayó en la cuenta de que, en esencia, el colaborador necesario de tanto presunto chorizo es él. Él y quienes, antes que él y en paralelo con él, les pusieron a dedo en los lugares que han aprovechado para lucrarse personalmente -presuntamente- o a su partido -presuntamente también; en adelante, me incluyen ustedes el presunto en cada línea para que no se nos quede el texto en la mitad-.

Rajoy calcó a las 24 horas a Esperanza Aguirre el argumento que lo mismo vale para eludir responsabilidades en un caso tras otro de corrupción que por haber disfrutado regalías inapropiadas matando elefantes en Botsuana. Pero a, Mariano Rajoy, el arrepentimiento le duró un suspiro. Al día siguiente, el presidente español pasó de la teoría de la podredumbre coyuntural, ajena y, en cualquier caso, fruto de un error no intencionado, a sostener poco menos que es general y que no le pidan a él cuentas porque tiene el mando del ventilador. Así, le recordó a Pedro Sánchez en el Congreso los ERE de Andalucía -que ahí están, por cierto- en un debate de ínfima calidad en el que le faltó mentarle a la madre. Porque Rajoy, al borde del barranco, se abraza a Pedro Sánchez para caer juntos y ver si la perspectiva del batacazo común da para un pacto que se escude de nuevo en las instituciones democráticas y las use en beneficio propio, desprestigiándolas inmoral e inútilmente. Ese ventilador también lo orientaron a Euskadi para tratar de aparentar que no es excepción. Hasta en dos ocasiones han sacado responsables del PP a colación los batzokis del PNV, curiosamente justo antes o después de alguna noticia o intervención judicial sobre su propia ‘gestión inmobiliaria’. La última vez con Iñaki Oyarzábal sembrando dudas porque, afirmaba, en el PP saben lo que les ha costado a ellos tener tres sedes en Euskadi. La reaparición de la sede del PP en Bilbao en un auto del juez Ruz convierte en especialmente desafortunada la literalidad de esas palabras.

Decía el ministro de Defensa, Pedro Morenés, que el presidente afronta la corrupción y como una “verdadera agonía” y la vive “sufriendo extraordinariamente”. Quizá el problema sea precisamente que Rajoy ha aplicado a la corrupción el tratamiento de una hemorroide. Conviviendo con ella, meciendo con su mano la cuna en la que han medrado estos corruptos, velando el sueño de su honorabilidad con un cálido abrazo -“Luis (Bárcenas) sé fuerte”- y poniendo por encima de todo la prioridad de no hurgar en ella. Olvidarla hasta la metástasis. En ella, maceraron las almas inquietas del poema de Wallace, “encauzadas a la luz o arrojadas al mal” en un entorno en el que comparten caldo de cultivo la caja B y el pequeño Nicolás.

Se acuerda el gobierno de 279 plazas judiciales que en toda la legislatura no había adjudicado porque no eran prioridad. Y en el teatrillo resuenan las palabras de Jesús Posadas, quizá proféticas, esta semana: “a veces nos olvidamos de que el PP está en los pueblos, las concejalías, las provincias, las comunidades autónomas”. Se acordó el juez Velasco y le montó la operación Púnica deteniendo a alcaldes, a concejales, a diputados provinciales. No son tantos, decía el presidente popular del Congreso, es más un problema de “nombradía de algunos de ellos”. Y se equivoca. Dice el diccionario de la RAE que nombradía es “fama, reputación” y eso es lo que ya le falta al PP y a otro buen puñado en el PSOE, en los sindicatos, en alguna banca y en unas cuantas empresas. Wallace fue coetáneo y amigo de Edgar Allan Poe. Otro día igual hablamos de estos nada edificantes miembros de la clase política y lo acompañamos de un fragmento de su poema El cuervo. ¿No me dirán que no les va como anillo a la pata?