Tras la celebración el 18-S del referéndum por la independencia de Escocia y la victoria del no, a buen seguro que las otras nacionalidades que coexisten en Gran Bretaña con Inglaterra y Escocia, es decir, País de Gales e Irlanda del Norte, seguirán la estela de los escoceses y plantearán, cuando menos, un aumento de su autonomía. A la vista ha quedado que Westminster ha actuado de un modo que pone los dientes largos a los nacionalistas que siguen desde fuera del Reino Unido todo cuanto allí acontece. Pero dicho efecto también ha hecho que la política del seguidismo hacia lo escocés haya encontrado su hueco en Reino Unido. De manera que si Westminster ignora la necesidad de dar más competencias a Gales y a los seis condados del Norte de Irlanda, estará haciendo el avestruz, algo que por desgracia en el Estado español se hace con respecto a las nacionalidades que conviven en el mismo y que desean o mayor autonomía (el cumplimiento íntegro del Estatuto) o ejercer democráticamente el derecho a decidir, y que se dan de bruces una vez sí y otra también con la sacrosanta Constitución de 1978. Lo que ha quedado bien claro es que el vencedor del referéndum ha sido el no, pero sobre todo ha sido la lección de democracia que Gran Bretaña ha dado a Europa y al mundo, por permitir anteponer la voluntad popular de manifestarse ante las urnas (desafiando más de 300 años de camino en común) a las propias leyes. Escocia seguirá manejando diferentes rutas para alcanzar la independencia, porque como afirma el líder del SNP, Alex Salmond, “nada está escrito en piedra...”. Eso es, muy señor mío, porque usted no conoce la Carta Magna de los españoles.
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