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Olvidar

OCURRIÓ, nos lo contaron, nos indignamos y pasadas unas semanas nos olvidamos de ello. Somos así, olvidadizos.

Ocurrió que un grupo islamista extremista secuestró a más de 200 niñas en Nigeria. Así nos lo contaron. Ocurrió que la indignación se apodero de nosotros, y que esa ira llegó a las redes sociales con un campaña en la que presidentes, ministras, actores, actrices pedían -exigían- la libertad de las niñas retenidas. Pasadas unas semanas la noticia que había ocupado las portadas de los periódicos y había abierto informativos se difuminó. De las niñas poco más se supo y las promesas de ayuda que entonces se hicieron fueron olvidadas.

Hace unos meses el desplome de un edificio en Bangladesh, que albergaba varios talleres textiles, provocó la muerte de más de 1.100 personas que trabajaban en condiciones miserables. Nos lo contaron y nos indignamos. Incluso llegamos a cuestionarnos el modelo de consumo que habíamos contribuido a crear. Exigimos a esas grandes marcas para las que trabajaban estos talleres que se implicaran, pero pasadas unas semanas nos olvidamos de los que murieron y de los que allí quedaron.

Se nos ha olvidado que en Oriente Próximo una guerra desigual ha destrozado ciudades y pueblos, ha matado a niños, ha despedazado familias.

Se nos había olvidado que el ébola mata. Liberia o Sierra Leona estaban demasiado lejos como para que nos lo recordaran. Pero el virus se ha sentido ofendido y ha querido dejar claro que sus dominios no se limitan a las fronteras de África. Pero también lo olvidaremos. Cuando nos sintamos seguros en nuestra confortable y vieja Europa dejaremos de preocuparnos por lo que pasa más allá de nuestras fronteras. Como hemos olvidado que en aquel continente, cada día, 10.000 personas mueren de sida, malaria o tuberculosis.

Es lo que llamamos memoria selectiva. Olvidar lo que no nos gusta, lo que no nos interesa.