Síguenos en redes sociales:

El espejo escocés

Desafío a tres siglos de Reino Unido” y “Europa cierra filas frente al abismo escocés” eran los titulares de portada del pasado día 18 del más veterano de los diarios madrileños, conservador y monárquico, para más señas. “Scotland decides” (Escocia decide) era, ese mismo día, el titular de portada del más veterano de los diarios londinenses, conservador y monárquico éste también. Esas portadas expresan a la perfección la enorme distancia que separa a los dos reinos, tanto en tradición democrática como, por lo mismo, en cultura política.

Cuando en la última década del siglo XX Europa vio nacer nuevos estados muchos decían que, salvo circunstancias excepcionales o el recurso a las armas, era vana cualquier pretensión de modificar las fronteras políticas europeas. Y que salvo que estuviésemos dispuestos a sufrir las consecuencias de conflictos como los de los Balcanes, lo mejor sería aceptar que las fronteras son inmutables. Ya entonces -en 1995- el Canadá mostró al mundo cómo se puede debatir y votar civilizada y democráticamente la posible separación de una de sus provincias, Quebec, para constituir un estado independiente. Y ahora lo han hecho el Reino Unido y Escocia. Por lo tanto, también en Occidente es posible modificar el estatus político de los países -incluyendo la independencia como opción- y de hacerlo pacífica y democráticamente, sin tener que matarnos siguiendo el modelo balcánico.

Desconozco cuál sería la fórmula, pero para mí está claro que también en España debería existir la posibilidad de dar cauce legal a las demandas de independencia que cuenten con suficiente apoyo por parte de la ciudadanía de una parte de su territorio. Es una simple cuestión de cultura política y de ejercicio democrático. Algunos dicen que los nacionalismos vasco y catalán deberían copiar del escocés el que éste haya estado dispuesto a aceptar el ejercicio de claridad que demandó Londres en su día y que ha conducido al referéndum de independencia. Pero a ese argumento le veo el problema, para empezar, de que el ejercicio de claridad ha de ser inseparable de que exista la posibilidad real de la secesión y esa posibilidad, a día de hoy, no existe. Y le veo un segundo problema, de más enjundia, que expongo a continuación.

Creo que muchas veces, al exigir claridad en esos términos, lo que realmente se pretende es cerrar otras posibles vías para avanzar en el autogobierno, vías que pueden concitar un más amplio apoyo entre la ciudadanía que la de la secesión. Y es que es concebible, y para muchos -incluyendo nacionalistas- preferible, optar por ampliar el autogobierno y contar con un sistema bilateral de garantías antes que por la independencia. De hecho, en el caso escocés la propuesta de referéndum de independencia se produjo después de que Londres se negara a negociar los avances en el autogobierno que demandaban los nacionalistas escoceses. La paradoja es que ahora es esa la vía que el propio Cameron se ha visto obligado a tomar.

Mirémonos en el espejo escocés, si, pero hagámoslo para debatir acerca de la mejor fórmula de autogobierno posible para Euskadi. Insisto en que debe existir la posibilidad real de la separación de España, pero por importante que ello sea, que existiese esa posibilidad ni agotaría el debate en relación con el estatus político de Euskadi ni, de hecho, resolvería el problema más importante al que nos enfrentamos, que sigue siendo el de cómo avanzar en el autogobierno mediante una fórmula que garantice su integridad y funcionalidad reales, a la vez que mantenemos una sociedad cohesionada en la que la gran mayoría se sienta partícipe de un proyecto político común.