EL derribo del Boeing 777 de Malaysian Airlines sobre un campo de Shajtersk, localidad situada en el corredor entre Donetsk y Lugansk, principales localidades de la zona este de Ucrania que controlan los rebeldes prorrusos levantados en armas contra Kiev, es la trágica constatación de la irracionalidad que, en este principio de siglo y en base a incomprensibles intereses geoestratégicos, salpica de conflictos el ámbito de las relaciones internacionales. Así, cuando todo el mundo -también la decena larga de países de los que proceden las 298 víctimas- trata de hallar al culpable del derribo del avión, es preciso contemplar las numerosas aristas que posee la responsabilidad en este drama. Es evidente, por ejemplo, la incapacidad de Ucrania para solventar la complicada diversidad ideológica y étnica de su sociedad. Pero también lo es el interés de Rusia -o mejor, del Gobierno de Putin- en explotar dicha diversidad para hacerse con el control de Crimea, que posee desde marzo, y su consecuencia en forma de rebelión armada en la zona del Donbás sita dentro del Estado ucraniano. Sin olvidar el papel -o la ausencia de papel- de la Unión Europea en la resolución del conflicto en sus inicios, al final del pasado año, tras haberlo originado por su ofrecimiento de asociación a Ucrania con el fin de continuar la expansión hacia el este de su influencia económica. Por otro lado, y a la espera de que se determinen, si se determinan, fehacientemente las causas de la tragedia; parece incontestable que en ese conflicto, como en otros que se desarrollan en otras latitudes, se han proporcionado armas tecnológicamente avanzadas y de alta capacidad de destrucción a quienes no son capaces de controlarlas. Y es lo mismo que el misil -probablemente de los lanzados por baterías BUK que manejan tanto el ejército ucraniano como el ruso- fuese disparado por militares leales a Kiev o rebeldes financiados e impulsados por Moscú. Sin embargo, toda esa irracionalidad puede ser simple reflejo de la que se manifiesta en otros ámbitos más normales de la actividad humana. Y consecuencia de ello cabe cuestionar, por ejemplo, la irresponsabilidad de Malaysian Airlines -y otras compañías- al mantener rutas sobre conflictos violentos de esta magnitud sin informar debidamente a sus pasajeros. Lo que vale, sin ir más lejos, para los Estados y las autoridades internacionales de supervisión aérea que lo permiten.
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