CON un censo de casi 200.000 militantes con derecho a voto, la afiliación socialista eligió ayer directamente, por primera vez sin delegados interpuestos y con la novedosa fórmula de ‘Un militante, un voto’, a su nuevo líder, en la figura de Pedro Sánchez, que venció de forma rotunda y contundente a sus contrincantes Eduardo Madina y José Antonio Pérez Tapias. Especialmente dolorosa ha sido la derrota del joven político vasco en su propio feudo, Euskadi, sobre todo en Gipuzkoa, donde Sánchez arrasó, lo que debe ser motivo de reflexión. Aunque la victoria del ya nuevo líder socialista se ha basado, como se esperaba, en el apoyo de Andalucía, lo cierto es que su candidatura ha sido la preferida en la mayoría de las grandes provincias, teniendo en cuenta también que la participación fue alta, por encima del 50%. La elección del nuevo secretario general viene derivada de la debacle socialista en las últimas elecciones, que han colocado al PSOE -y ahora a su nuevo secretario general- acogotado electoralmente hasta el punto de haber roto su suelo en las urnas por partida doble con los 110 diputados de los comicios generales de 2011 (28,7% del sufragio) y los 14 escaños de las recientes europeas (23% del voto emitido). Esos lamentables guarismos ponen a Pedro Sánchez frente al drama de base de las penurias del partido, su deriva programática por la pérdida de un perfil propio claramente diferenciado de sus competidores, a derecha e izquierda. La derivada real es que el quinto secretario general del PSOE en la etapa democrática no puede quedarse en meras reformas cosméticas porque lo que está en juego es la pervivencia del partido como un sigla de gobierno. De tal suerte que lo trascendente no resulta tanto la identidad del ganador -que deberá desarrollar ahora su programa- como la intensidad de la regeneración que esté dispuesto a acometer, también puertas adentro para un funcionamiento más dinámico e integrador de las propias estructuras de la formación. Más allá del resultado de hoy, el vencedor deberá afanarse por consolidar una imagen de líder solvente para disipar la dudas sobre su eventual provisionalidad por la indiscutible fortaleza orgánica e institucional de Susana Díaz, la presidenta andaluza que pretendió unas primarias por aclamación: la suya propia.