LA ikurriña, la bandera nacional que representa a todos los vascos, cumple mañana 120 años de historia desde aquel 14 de julio de 1894 en que ondeó por primera vez en la historia en el Euskeldun Batzokija de la calle Correo de Bilbao. Desde aquellos primeros convulsos momentos de vida, la ikurriña ha sufrido múltiples vicisitudes, desde la incomprensión y la represión hasta la prohibición más absoluta durante la dictadura franquista que odiaba su significado de emancipación, pasando por su oficialización, primero durante el primer Gobierno vasco convirtiéndose en el símbolo de la lucha de los gudaris por la libertad, y después, tras la muerte de Franco, como enseña de la comunidad autónoma vasca y de sus instituciones. Desde aquellos primeros momentos, la ikurriña -ideada como bandera del entonces único partido que reivindicaba la patria vasca, el PNV- se ha convertido sin ninguna duda en el símbolo asumido como propio por todos los vascos más allá de su ideología e incluso adscripción de sentimiento nacional, un hecho por el que hay que felicitarse porque, como es conocido en nuestro país, no es sencillo alcanzar tal grado de consenso con elementos simbólicos y de fuerte carga sentimental e identitaria como éste. Con todo, la ikurriña tiene en la actualidad, desgraciadamente, diferentes caracterizaciones en función del territorio del que se trate. Así, es la bandera oficial de la comunidad autónoma vasca y es utilizada con absoluta normalidad tanto por las instituciones vascas como por los diferentes colectivos sociales y por los propios ciudadanos y es reconocida -con algunos matices- en distintos ámbitos institucionales del Estado español. Por contra, la ikurriña sigue siendo, oficialmente, una bandera proscrita en Nafarroa, en contra no ya de la lógica sino del sentir de miles de ciudadanos, que la consideran su símbolo en comunión con el resto de los vascos. En cuanto a Iparralde, su uso está bastante normalizado a nivel de calle -incluso cayendo en cierto folclorismo-, pero tampoco es reconocida de manera oficial por las administraciones galas. Así, 120 años después, la ikurriña, un símbolo de unión y de ansias de libertad, sigue teniendo ámbitos en los que aún es necesario reivindicar la normalización de su uso. No tardará el tiempo en que, una vez más, la fuerza de la razón se imponga.