La paz imposible
Más allá de los actos que, como esta vez, se transforman en espoleta de cada explosión del conflicto judeo-palestino, no se deben obviar los intereses que en ambas partes impulsan la idea de que el diálogo es una pérdida de tiempo
EL ataque y lo que ya se anuncia como la tercera invasión de la Franja de Gaza por el Ejército israelí tras las de 2008 y 2012 (operaciones Plomo Fundido y Pilar Defensivo) constata por enésima vez la inviabilidad de la paz en el conflicto judeo-palestino y la dramática realidad de que las precarias treguas son apenas fase de transición en un enfrentamiento perenne. También la periódica traslación desde hace seis años al terreno bélico del fracaso de los intentos diplomáticos: Acuerdos de Oslo (1993), negociaciones de Camp David (2000), oferta de la Liga Árabe (2002), Hoja de ruta del Cuarteto EE.UU., UE, ONU y Rusia (2003) y Conferencia de Annapolis (2007). Esa constatación, sin embargo, no debe obviar los intereses particulares que son en definitiva los que hacen esa paz imposible más allá de los actos concretos que ambas partes utilizan como espoleta de cada una de las explosiones del conflicto. Si en 2008 la invasión de Gaza se produjo apenas cuatro días antes de que expirara la fecha límite (31 de diciembre de 2008) firmada en Annapolis por Ehud Olmert y Mahmud Abbás para alcanzar un Tratado de Paz que Hamás rechazaba, el ataque que desarrolla ahora el Tzahal se inicia apenas semanas después de que Hamás y Al Fatah pusieran final a un enfrentamiento de siete años con el acuerdo del 23 de abril que cristalizó el pasado 2 de junio en un gobierno tecnocrático de unidad que volvía a reunir a Gaza y Cisjordanía, acuerdo que Tel Aviv juzga una amenaza. Y si en 2012 los no frenados ataques desde Gaza llevaron a la intervención militar israelí contra el territorio de Hamás, que provocó un escoramiento de la población palestina en apoyo al movimiento islámico, parece evidente que sus actuales líderes, Ismail Haniyah y Khaled Meshaal, no ignoran las consecuencias que para ellos tiene la guerra en Siria, la persecución de los Hermanos Musulmanes en Egipto y el cierre de los túneles del Sinaí, la nueva situación respecto a Irán por el enfrentamiento general en Oriente Medio entre chiíes y suníes (mayoritarios en Hamás) o la caída de la financiación proveniente de los países árabes. Todo ello, convenientemente azuzado por sucesos puntuales de origen cuando menos no aclarado, alimenta a los extremos de ambas partes y fortalece la idea de que el diálogo arabe-israelí es una simple pérdida de tiempo.