YO pinto. Toda mi vida he pintado. Me considero un pintor. Un pintor que pinta cuadros hechos de imágenes. Imágenes sin banda sonora, se dirá ahora. Imágenes sin movimiento, precisarán otros. Son imágenes hechas tan sólo de imágenes. Imagen-imagen. Imagen-narración. Imagen-historia. Imagen-relato. Imagen de tiempos de cuando la imagen vivía en estado cristalizado. Imagen absoluta, que en su propia condición de imagen era capaz de contener, en sí, un relato, historia, narración, que no es sino un horizonte de sucesos. Imagen capaz, también, de albergar en su esencia visual misma todos los sonidos y todos los movimientos posibles. Imagen de imágenes. Plural. Vívida. Viva. La vida de la imagen. De la mirada, sí, pero también del movimiento, y quizá aún más del tacto y del sonido.
Mis imágenes están hechas de caricias y arañazos, de escalofríos y furia, de deseos y recuerdos. El recuerdo de la mano que recuerda. La mano que recuerda y pinta. Mano que pasó por muros, mano que tuvo frío. Mano en la nieve. Mano de niebla. Arrugada. Sabia. La sabiduría de la mano. Que luego pinta.
Mis imágenes están hechas, asimismo, de olores. La memoria del olor puede ser fuerte, muy fuerte, muy prolongada. Y sugerente, sobre todo sugerente. La fuerza del olor. Olor a moho y tierra. Olor a cocina y niño. Olor a felicidad y noche. Olor a primavera y enfermedad. Olor a vida. Propia. Ajena. Olor a recuerdos. Mi mano conserva la huella del olor de todos aquellos a quienes ha conocido. De todo aquello que ha tocado. Mi mano en estado de olor. Agrietada. Manchada. Memoriosa.
Imágenes, las mías dadas a la mirada del ojo, pero del ojo que acaricia y oye. Y oye voces de mi familia, voces de mis amigos, voces de mis sueños, las voces de mi vida entera. Voces conocidas y voces anónimas. El habla. ¡No me robéis las voces! ¡No me quitéis el habla! Sin esas voces apenas quedaría nada de mí. Anuladas, desaparecería la mayor parte de mi vida. Yo soy, en gran medida, el recuerdo de unas voces que son un sonido, que son un idioma, el idioma como patrimonio cultural, sí, pero sobre todo como biografía. Individual, colectiva. Soy, somos, lo que hablamos. Lo que hablamos y lo que oímos hablar. El habla como sonido. Somos nuestras voces. Somos nuestros sonidos. Como comunidad. Como colectivo.
Sin el sonido de la lengua, nuestra lengua, nuestro yo, no somos nada. Y es que somos lo que decimos. Somos el sonido de nuestras propias palabras, de unos y de otros. Susurrantes, vociferadas, iracundas, dulces, viejas, nuevas. Salvajes, roncas, hirientes, imaginadas. Palabras que en sí mismas son sonidos y son caricias y son olores y son imágenes. También imágenes. Las palabras como imágenes sonoras. Y como imágenes táctiles. Y como imágenes olfativas.
Mudos, sordos, ciegos, enajenados de nosotros mismos, vaciados, sin memoria, sin la memoria de lo hecho y lo olido y lo tocado y lo visto y lo dicho, sobre todo lo dicho y lo oído, entonces, inexorable, vendría el fin. Nuestro fin. Individual. Colectivo. En forma de silencio. Absoluto.
Y esto es algo que no podemos, no debemos permitir.