La caótica situación socioeconómica actual es efecto de una prepotente y egoísta gestión empresarial y financiera, preocupada solo por la acumulación de ganancias. El poder de esos sectores ha contado con la imprescindible colaboración de los partidos políticos conservadores, que han legislado según los intereses del mercado, siguiendo la ideología neoliberal marcada por bien subvencionadas y prestigiadas escuelas de economistas. Confiar en la ideología de esos grupos para resolver el problema del trabajo es ilógico. Es, pues, inevitable plantearse caminos basados en la solidaridad y las necesidades sociales para acabar con el paro y sus dolorosas consecuencias. La salida posible está en el reparto del trabajo (seguramente con una inevitable reducción de salarios) junto a la implantación paralela de una renta básica, que asegure los derechos de todos a un salario. Es difícil esperar un papel positivo de esos sectores en ese cambio de modelos, pero sí cabría exigirles que no obstaculicen el desarrollo de la nueva filosofía. Aunque más positivo sería confiar en sus valores humanos y esperar que aporten su indudable experiencia de gestión en el proceso de transformación. A medio plazo el reparto del trabajo supondría más de una ventaja para la economía general (incluyendo la obsesión empresarial por excelencia: la productividad), pero muy por encima de intereses economicistas el objetivo de esos cambios debe ser el derecho de toda persona al trabajo y a un salario que le permita vivir dignamente. Mantenerse en los principios de la economía capitalista solo supondrá una inacabable y dolorosa agonía para todos.
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