EL termómetro más eficaz para medir la temperatura de una relación sentimental es el regalo. Tanto es así que hay quien detecta el punto de cocción de una pareja observando los obsequios que se intercambian. Por ejemplo, al principio de un romance cualquier cosa sirve: "Mira, txiki, qué piedra más bonita. Te la regalo". "Pues, muchas gracias, majo, pero ya tengo una". Más adelante, los presentes se hacen más originales: "Muy bonito, pero, ¿qué es? O, al menos, ¿para qué sirve?". "No lo sé, los hace un colega en el módulo psicosocial". A medida que la relación avanza, todo se vuelve más convencional: "Los auriculares son preciosos y, además, tienen FM. ¡Genial!". Acto seguido, se tiende a la especialización: "¡Dios mío, cien watios por canal y disco compacto turbodiésel. Todos me mirarán con envidia!". Llega un momento en el que prima el interiorismo y el raso: "Iker, será muy sexy pero no consigo meterlas". "Qué casualidad, a mí me pasa lo contrario, que no consigo sacarlas". Con los años, todo cansa y se pasa de la autosatisfacción ("Mira que pashmina más bonita me has regalado"), a perder las formas: "¿Qué te ha comprado tu mujer por vuestro aniversario?". "Una falda de Versace". "¿Y tú a ella?". "Unas llantas de aluminio". Al llegar a este punto, la guerra es del todo inevitable: "Te ha gustado la colección de serpientes venenosas?". "Mucho, las he soltado en tu coche". Como ven, un diamante no es para siempre.
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