¿Quién la saca primero?
UNA calle desierta y polvorienta en medio del decorado espagueti-western de cualquier pueblo abandonado de Almería, ruedan silenciosos unos cactus resecos que advierten de la soledad y la adversidad climatológica del lugar. Los inevitables edificios del banco, la cárcel-oficina del sheriff, la cantina-casa de putas y todo lo que caracteriza la decoración de un pueblo lejano del lejano oeste americano cuando aún no se habían cargado a todos los indios de los alrededores.
Póngase un poco de música de Ennio Morricone y solo nos faltan los protagonistas. Un duelo en la calle principal, en un extremo de la misma el sheriff con su estrella reluciente y con cierto parecido a Rajoy, detrás, a un paso, otro pistolero con los brazos en jarras y una mano que casi acaricia la empuñadura de la pistola y con gran parecido a Fernández, el ministro del Interior. Los dos miran fijamente al otro extremo de la calle vigilando a la pareja que se encuentra frente a ellos, todos con las piernas abiertas, firmemente plantados en tierra y con la mano derecha deslizándose hacia las pistolas. Frente a Rajoy y su ministro de Interior la pareja formada por un vaquero que tiene cierto parecido con Arnaldo Otegi y -detrás de él vigilante y a un metro de distancia- una mujer de pelo gris y corto que se parece a Laura Mintegi. Tensión en la polvorienta calle principal del pueblo, todos esperan para comprobar quien desenfunda antes la pistola, quien la saca antes que el de enfrente.
Pero nadie cae en la cuenta de que llevan así dos años, sin mover un solo pie ni una sola mano. Las pistolas -algo que el público expectante agradece- puede que estén ya oxidadas. Esta podría ser la metáfora espagueti-western de cómo se encuentra este país llamado Euskadi en la víspera de una fecha importante, aquella que marcó el principio de la ausencia de la violencia en nuestras calles y en nuestras vidas. Dos años felices sin entierros ni ataúdes pero con una inmovilidad política que parece que no va a traer la definitiva solución a corto plazo a las reivindicaciones de presos, víctimas y carceleros.
El PP no mueve ficha y su jefe -con la estrella de sheriff y como buen gallego- no sabe si sube o si baja la escalera y espera que el lento paso del tiempo resuelva de forma espontánea sus problemas con Euskadi.
Y, enfrente, ¿quién se encuentra frente al sheriff en el otro extremo de la polvorienta calle de este pueblo del oeste americano? Pues los otros, es decir, quienes tampoco están decididos a dar un paso atrás, a reconocer el daño producido, a condenar la violencia y a animar a quienes aún tienen las armas a que las entreguen de forma definitiva si no las van a usar jamás para que empiecen las negociaciones. Y en un lateral de la silenciosa calle del Oeste, el resto del pueblo que asiste al duelo que solamente desearía que los desafiantes depusieran las armas, hablaran, negociaran y se fueran a tomar unos whiskis a la cantina.
Llevamos dos años de paz y tranquilidad pero con constantes y ya aburridas alusiones al pasado. Las víctimas hablando de sus problemas e intentando torpedear cualquier medida de gracia parcial a los presos, los amigos de estos últimos sin condenar nada y sin empujar a una entrega de amas aunque fuera puramente simbólica. Nadie mueve un dedo en este duelo, seguimos anclados en el mismo problema que hace dos años, es decir, no hemos avanzado nada en la solución del mismo y creo que somos mayoría quienes -todos los días- animamos a ambas partes a que abandonen su inmovilidad. La pregunta que está en el aire es, ¿a quién le compensa que la situación no se arregle?, ¿qué oscuros intereses tiene una de las partes en conflicto -o las dos- para no buscar y encontrar una solución?
Los cactus secos continúan rodando por la calle del Oeste impulsados por el fuerte viento que levanta polvo y arena. El sheriff no ha movido ni las pestañas mientras que los chicos de enfrente parecen estatuas de sal. Los vecinos del pueblo -completamente aburridos- esperan con paciencia a ver quien la saca primero.