HA tenido que ser la vicepresidenta del Gobierno del PP la que levante el banderín de falta a los presuntos "falsos parados", medio millón ni más ni menos de defraudadores que reciben prestación mientras cobran en B. Una contabilidad distorsionada con deliberación por un Gobierno y un partido que tienen sobrada acreditación en pagar y cobrar en negro. Este tipo de político tiene tanto de bizarro con su verbosidad disparada a prueba de verdades que al final siempre resulta un dos por uno: mientras sisa, lanza el dedo acusador al que tendría sobradas razones para ponerse en el mismo ejercicio y además sin posibilidad de llevarse el dinero a Suiza, sobre a sobre, tesorero a tesorero. Según esta lista de ministros que ven parados de cartulina al mismo ritmo que genera especuladores y los consagra, los parados arramplan con sobres mientras firman la tarjeta del paro y defraudan, según las teorías de una vicepresidenta que ni se explica ni se disculpa después de insultar al 20% de desempleados con voz panfletaria, timbre bravo y con el espejo retrovisor dirigido a las culpas de los anteriores gestores.

Si en la mismísima sede de Génova los sobres dibujaban todas las trayectorias con sueldos de político, qué no se hubiera hecho cobrando la renta activa de 400 euros, que es el dinero que reciben los que ya han agotado la prestación por desempleo, en medio de un paro desbocado consecuencia de una reforma laboral perpetrada por los de la masterclass en contabilidad B y a los que ahora se les hacen tan insoportables los parados que se ponen a insultarlos. Pero Sáenz de Santamaría, que es la inflamada cara del Gobierno pero sin plasma, como todo buen ascendido motivado, luce el atrevimiento y combate con las mismas armas, es decir la indignación y la vergüenza que le producen los mismos que se avergüenzan de ella. Y devolviendo el golpe cree que da dos veces acusando a los demás de lo que se viene escondiendo para sí mismo y de lo que ya nos habían hecho hasta creer que habíamos soñado porque no queda ni un triste disco duro que olfatear. Una tragedia griega siempre en tensión y un espectáculo de pésima calidad que ha acabado por atizar al más débil en posibilidades a pesar de ser grande en número y curiosamente, según los ministerios, también el más cuantioso en tramposos. Porque si no es de fiar el político que maneja mucho dinero, tampoco lo ha de ser el parado que maneja poco.