Estamos siendo testigos de la alarma por el auge de la extrema derecha. Habíamos contemplado con estupor cómo en Austria, Holanda, Suiza, Grecia, entre otros países del entorno europeo, los postulados ultraderechistas y muchos de ellos abiertamente neonazis, han obtenido un respaldo electoral más que preocupante. Habíamos visto cómo en nuestro país vecino del norte, tan solo las peculiaridades del sistema electoral francés, y una reacción cuasi unitaria de los partidos franceses en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales de 2002, habían evitado una mayor presencia institucional del Front National de Le Pen. Ahora un sondeo apunta a una victoria de los ultraderechistas galos en las próximas elecciones europeas. La cercanía geográfica y la percepción, un tanto ingenua por cierto, de Francia como tierra de libertades, hace que aumente nuestra preocupación.

Haría falta mucho más espacio para explicar las razones de este auge en Francia. Simplificando mucho, podemos decir que, al igual que en la Alemania prenazi, los periodos de profundas crisis económicas son el caldo de cultivo ideal para el éxito de unas ideas simples y populistas, basadas en tocar la fibra de personas de capas sociales bajas a los que la crisis y la falta de respuestas de los partidos tradicionales colocan en riesgo de no poder satisfacer las necesidades de supervivencia y de seguridad. El caldo de cultivo ideal, el de las personas que desconfían de su clase política. Una clase política en la que la centralidad ha sido tradicionalmente ocupada por la hoy desprestigiada derecha republicana y por unos socialistas que se presentaron como los adalides del cambio y de la victoria de los ciudadanos frente a los mercados financieros y que han acabado haciendo la misma política de recortes que la derecha. Esto ha provocado que el FN se haya colocado como la alternativa real a esos dos grandes partidos, que, por otra parte, han caído en la trampa de abandonar sus propios discursos para acabar imitando el discurso de la ultraderecha en sus temas favoritos: la inmigración y la delincuencia, con lo que legitiman vergonzosamente la posición de centralidad en que se han situado los ultras.

En el Estado español, el asalto a la librería Blanquerna cuando la delegación catalana celebraba la Diada en Madrid, la convocatoria de la manifestación de mañana, son intentos de grupúsculos neonazis de salir de la marginalidad aprovechando el descontento de gran parte de la población tras cinco años de crisis, el desprestigio de la clase política y el efecto moda que provoca la publicidad que se les está haciendo en los medios. El problema para su crecimiento es que la ultraderecha sociológica encontró refugio ya en la transición en el partido que ahora gobierna en España y todavía hoy en día se siente muy cómoda dentro de él, achicando su espacio natural. La cerril negativa a la más mínima condena al régimen de Franco, cuando no su apología, los anuncios de insumisión a la más que probable sentencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos echando abajo la doctrina Parot, el Proyecto de Ley de Reforma del Código Penal contrario a los principios básicos del Derecho y basado en la venganza y el castigo para consolar un miedo social que intencionadamente se ha provocado de manera previa, una Lomce abiertamente franquista votada ayer... Todos ellos podrían haber sido firmados por cualquier partido neonazi europeo. ¿Que viene la ultraderecha? No, hombre, la ultraderecha nunca se ha ido.