una tarde cualquiera en el patio de la escuela. Tarde de "cómete el bocadillo; pues tráemelo aquí; no ven tú". Tarde de charla con madres y padres. Tarde de ellos, los niños, jugando al fútbol en el campo que tienen dibujado en el suelo; y de ellas, las niñas, hablando, patinando, corriendo en los márgenes de ese campo. ¿Se dan cuenta? Ellos, los que juegan al fútbol, ocupan la mitad del patio. Ellas, que no acostumbran a correr detrás de una pelota, no entran en sus dominios. Casi ni se acercan, no vaya a ser que un balón de esos que iba dirigido a la portería acabe en su cabeza.
Les confieso que llevo años viendo esta fotografía y que no había sido consciente de esa realidad hasta que hace unos días leí un titular clarificador: En los patios escolares las niñas aprenden a ceder sus espacios a los niños. Y explicaba: ellos tienden a ocupar, a dominar, a ejercer el poder porque así han sido socializados.
La escuela como reflejo de la sociedad en la que vivimos, una sociedad desigual, Sí, porque seguimos siendo una sociedad desigual. Una sociedad en la que por ley no se puede educar distinto a niños y niñas pero que, en la práctica, nos sigue asignado a unos y a otros unos roles y unas expectativas que asumimos inconscientemente.
Vuelvo al patio y pregunto cómo juegan, a qué juegan, qué hacen en los tiempos de recreo cuando padres y madres no estamos allí. Me contestan: "Cada día de la semana una clase ocupa el terreno del campo de fútbol dibujado en el suelo, y allí juegan a lo que ellos quieran. Ellas y ellos deciden. Se puede correr, saltar a la cuerda, pasear, sentarse o incluso jugar al fútbol".
No seré yo quien diga que no hemos avanzado en los últimos años. Lo hemos hecho, pero no nos engañemos. Todavía queda mucho por hacer y nadie nos garantiza que no podamos perder lo ganado. Ya saben, la crisis y sus efectos secundarios.