Respuesta a 'El motor de la movilidad eléctrica'
El Sr. Rivera partiendo de la premisa de que "el tráfico es, posiblemente, una de las mayores pesadillas a las que nos enfrentamos a diario", defiende con gran entusiasmo "la apuesta de las grandes ciudades por las empresas que permiten compartir motos y coches".
Sorprendentemente, no aparece mención alguna sobre los usuarios del transporte público, que junto con los desplazamientos peatonales superan, afortunadamente, con mucho a las cifras de usuarios del automóvil en nuestras ciudades vascas.
Se trata de un artículo que no solo ignora que nuestra pesadilla actual es el paro y sus enormes consecuencias a nivel personal y social, sino que defiende una receta sobre movilidad, que aunque plena de deseos loables, ignora la realidad de las "grandes ciudades que permiten compartir motos y coches".
Mi experiencia en Boston, y mi amistad con Robin Chase, creadora de ZipCar, una de las mayores empresas de coches compartidos en EE.UU. y en Londres, colisiona con lo contenido en el artículo. Así y desde su creación, el coche compartido se ha entendido como un ejercicio de fidelización del transporte público. La premisa es evitar que se adquiera el primer o segundo coche familiar al disponer de un buen servicio de transporte público, complementado con coches de alquiler por horas para el viaje ocasional en automóvil y con las bicicletas del sistema Hubway.
Hay que tener en cuenta que las redes de metro y de autobuses dan servicio al viaje al trabajo o centro de estudios ubicados en el centro de la ciudad fundamentalmente. Sin embargo, al no ser tan flexibles para otro tipo de desplazamientos no dirigidos al centro se plantea la necesidad de adquirir un vehículo propio. Es preciso resaltar que el coche compartido no es un modo de uso diario, a razón de 12 dólares la hora, dado que su razón de ser es servir ese viaje ocasional, una o dos veces por semana, fuera de las zonas servidas por el transporte público. Por eso el éxito de ZipCar en Boston se explica en gran medida gracias al alto número de estudiantes universitarios que dejan o venden su coche en su lugar de origen, antes de llegar a una de las muchas universidades de la zona.
Finalmente apuntar que el seguro asociado a los coches compartidos se convierte en el proverbial "gorila en la habitación" que nadie quiere ver. De hecho la baja cobertura de dicho seguro, obligada para mantener precios asequibles por hora de alquiler, ha provocado ya alguna tragedia financiera.
Celebremos pues el buen nivel de servicio de transporte público de que disponemos en muchos de nuestros pueblos y ciudades, junto con su capacidad para reconvertir espacios públicos en favor de la estancia y relación social, que es en suma, la esencia de vivir en sociedad.
Mikel Murga