LA innata curiosidad del genio fuenterino le ayudó, sin duda, a ser visionario del trágico futuro que le esperaba. A él y a sus conciudadanos. No cabe ninguna duda de que él supo, desde mucho antes de ser asesinado, que el horizonte político y social del país no dejaba ver perspectivas alentadoras. Al revés, creo, al igual que muchos otros, que la cultura de esa época sabía de sobra que esa posición crítica que habían elegido contra los poderes conservadores de siempre era la semilla de la discordia que aprovecharían las fuerzas militares para ejecutar los planes que acabarían en golpe de Estado. El enfoque de los llamados grupos catastrofistas gravitó en la convicción de que la República debía ser derrocada mediante ese procedimiento, que posteriormente desembocó en una guerra cuyo balance humano fue atroz.
No hay que descuidar un dato significativo respecto a los elementos más influyentes de los catastrofistas ya que a posteriori se han convertido en los que gobiernan actualmente en este país. Y estos no fueron otros que los antiguos partidarios de Alfonso XIII, el borbón que salió por la puerta trasera de las cloacas del temor -y esperemos que ahora también- y del general Primo de Rivera, puesto que constituían el mayor poder y baluarte económico de la extrema derecha. Según P. Preston, sin ellos, tanto la sublevación de 1936 como la estructura ideológica del Estado franquista hubieran sido diferentes. Y, por supuesto, la actualidad, también.
Esa madre a la que Lorca hace referencia nunca puede descansar. Está muerta en vida, ejecutada por los mismos asesinos que mataron a su familia. De la misma manera que muchas madres vieron cómo mataron a sus hijos y maridos esos sueños de grandeza que desenfundaron los catastrofistas contra todo lo que no era de su agrado.
La actualidad, pese a los que nos incitan a no mirar nuestro pasado y por ende a olvidarlo, no difiere de lo que a través de la docencia y la cultura se demandaba en los años treinta del siglo pasado. En esos años, la conspiración de la derecha no era difícil de entender. De la misma manera que la derecha de hoy, el compromiso de mejorar las condiciones de vida de los menos favorecidos implicaba, como hoy, una redistribución de la riqueza. Recordemos que la coyuntura mundial era perseguida, de la misma manera que hoy sucede, por una depresión económica -crac del 29- dado que los aumentos salariales y el coste de mejores condiciones de trabajo no podían ser compensados fácilmente por mayores beneficios. De hecho, una economía en proceso de contrición de reformas humanitarias parecía, como hoy, desafío revolucionario al orden económico establecido.
En este sentido, las semillas de la discordia estaban sembradas en la esperanza de los menos favorecidos y en el miedo y resentimiento de los elementos de derecha que se veían amenazados. Hoy, todavía, no llegamos a este punto. Pero en el 36, los que vencieron finalmente, y aquellos que todavía no dudan de que sus razones eran lógicas, no desistieron de su proyecto apostando por la más irracional de las apuestas: la guerra y el exterminio del gen rojo -como aseveró el mengele patrio, Vallejo Nájera-.
Pese a lo sucedido, en este país asistimos a un repunte permisivo con la ideología y la simbología de esa extrema derecha que todavía no ha sido condenada abiertamente ni por la Iglesia católica, ni por ningún gobierno del actual sistema político, heredero, por otra parte de la dictadura, gracias al apoyo indisoluble de los catastrofistas antes mencionados. Juventudes, alcaldes, párrocos, Twitter, políticos y militares todavía justifican con sus simpatías -todavía se homenajea a la División Azul, que luchó a favor de Hitler- el saqueo, el botín, la violación y cualquier otra barbaridad imaginable, pero real que se esconde hipócritamente sobre los estandartes de su dignidad nacional y patria. Unas simpatías que solo entienden y exigen rendición o muerte y que, además, no ha servido para resolver ningún problema, sino que los ha acrecentado.
Es difícil leer Bodas de sangre, y no emocionarse. Es difícil pensar en la muerte y no aterrarse. Es difícil ver morir y seguir viviendo. Es difícil saber que te mueres, y reír. Pero es más difícil todavía intentar entender a los asesinos y no preguntarse qué les incita a matar. Bodas de sangre lo expresa de tal manera que vivimos la muerte como nuestra muerte. Como la muerte violenta del fuenterino. Como el asesinato, a manos de la mediocridad, de toda una cultura cuya clave estuvo en manos una sociedad que podría haber sido más libre y más justa, menos reprimida y más igualitaria, trasladándonos a la realidad histórica actual que ha condenado el deseo y la razón por considerarlos, lujuria y orgullo.
"?no; camposanto no, camposanto no: lecho de tierra, cama que nos cobija y que nos mece por el cielo -esta es la memoria que cubre el campo ibérico- ?benditos sean los trigos, porque mis hijos están debajo de ellos; bendita sea la lluvia, porque moja la cara de los muertos".
Ya sabemos que toda buena dictadura que se precie, siempre invierte medios considerables en reinterpretar a su conveniencia y según sus necesidades el pasado. La que sufrimos aquí todavía recurre a diccionarios y homenajes entremezclando actos llenos de propaganda y prestigio que no hacen otra cosa más que justificar ese todo indivisible constituido por los poderes civil y religioso que se adueñaron de la inmaculada transición, que no fue otra cosa que una celebración del poder para la transmisión de mensajes políticos y religiosos, impregnados de herencia, magnificencia y narración, que de ninguna manera son anécdotas, sino coartadas en el camino de consolidación del poder a lo largo de los siglos.
"Escribo para que la muerte no tenga la última palabra", dijo alguien. Escribo para que la violencia simbólica no vuelva a sembrar la semilla de la discordia, sabiendo, al igual que aquellos maestros y artistas de los años treinta, que no todo depende de la educación, pero sí en una medida muy importante. Los ciudadanos, si son conscientes del pasado de su sociedad, de todo su pasado, no son fácilmente manipulables y menos, como ahora, bajo argumentos vacíos de autoridad.
Fue Cernuda quien aseguró que "entre las piedras de sombra, de ira, llanto y olvido, alienta la verdad". Una verdad que se busca a diez mil kilómetros de distancia, en Argentina, donde la magistrada María Servini de Cubría ha dictado una resolución por la que dicta orden internacional de detención preventiva, con fines de extradición, para cuatro ex funcionarios franquistas acusados de torturas bajo el principio de justicia universal. "Es tal el agravio a la conciencia de la humanidad -dice la magistrada- que el castigo de los responsables es un deber de todos los Estados, como agentes que son de la comunidad internacional, con independencia del lugar de comisión de los hechos? (ya que) organizaron y comenzaron a aplicar un plan sistemático concebido para destruir y eliminar a sus adversarios, incluidos los opositores políticos y todos aquellos que legítimamente respaldaron la legalidad del régimen constitucional hasta entonces vigente, lo que ocasionó víctimas también entre sus familiares".
Espero que las semillas de la discordia no nos den como fruto otras bodas de sangre y que la justicia, por fin, desagravie a los asesinados y culpabilice a los herederos de esos catastrofistas que desde siempre disponen del poder económico, de los bancos, de la industria y de la tierra, del poder social, del control de los medios de comunicación, la prensa, la radio y el sistema de enseñanza. Elementos que todavía cuentan con el poder persuasorio de la Iglesia y el monopolio de la violencia para impedir cualquier ataque contra la propiedad, la religión o la unidad nacional.