Después de las conjeturas sobre la cadera real hemos asistido a una especie de vocación escénica de toda la piara cortesana llena de palabras que evocan la metáfora. No es nuevo aquello de que la monarquía entra en el quirófano, como si echando mano de la práctica quirúrgica pudiera sanarse el descrédito de unos y el hartazgo de muchos. Ayer escuchamos que el rey "deambula" por su habitación en la Quirón, la comparación es tan fácil que no hace ni falta que mentemos a las ánimas, las sábanas y las cadenas. "Voy al taller", vuelve a soltar el rey, natural, en un intento de fuga, desdramatizando y poniéndose más campechano de lo indispensable mientras nos hablan de infecciones y bacterias patógenas y se desvanece la posibilidad abdicatoria que, con la que está cayendo, es como decirnos que en esto de ser súbditos no hemos tampoco de vivir por encima de nuestras posibilidades. El rey está caducado pero hasta con gérmenes hay que aprovecharlo hasta el final porque aquí no se tira nada y la economía es de guerra.
Luego llega la figura de la prótesis, y se nos antoja una comparación incontestable, como si el mismo rey no hubiera siempre sido una prótesis entera adosada a un país, una figura de amplio conglomerado, un dispositivo postizo y cuantioso en bocas que alimentar para que, en teoría, el resto del conjunto trabaje mejor. Y después llegan las muletas, hasta dos, en su intento de sujetar una institución que ya no camina con gracia porque ni la tiene de tanto que le duele Corinna, los elefantes, el yerno y el palacete. Las muletas sustentan un modus vivendi, los privilegios, el oscurantismo, las cuentas en Suiza. ¿De dónde han salido los fondos para pagar la operación de cadera en una clínica privada practicada por una eminencia llegada de Minesota? El coste de la operación está "estupendamente" incluida en el presupuesto de la Casa Real, dice Spottorno, el jefe de Zarzuela. Estupendamente como quien dice adecuadamente, pero le brota una palabra que evoca algo grande, magnífico, regio y que sale del bote.
El rey no está para trotes pero horas antes de entrar en quirófano le dan un rociado de 16 embajadores y multiplica las audiencias de dos a cuatro diarias. Al rey le exhiben en su deterioro con una intencionalidad de restar importancia a la enfermedad de un anciano. Exponiéndolo creen esconder la realidad al igual que lo hacían los Austrias elaborando sin tregua los retratos de los monarcas patéticamente retardados por la endogamia y mostrando al pueblo su aspecto, porque ese es el rey, que deambula por su biografía como lo que es, pura ortopedia.