Ahora mismo el Athletic es una balsa de aceite. Gran noticia teniendo en cuenta cómo bajaban las aguas a la misma altura del curso la pasada temporada. No quiero imaginarme cómo hubiera reaccionado Bielsa si le cae encima una de las goteras del nuevo San Mamés que con tanta gracia han salpicado la actualidad rojiblanca esta semana. El equipo tiene nueve puntos en el zurrón y ha superado con aprobado alto el arranque de la competición. El fútbol que hemos visto aún no es el que deslumbró con el de Rosario, pero el colchón de puntos obtenido permite afrontar el periodo de ajustes en el que está inmerso Valverde con la tranquilidad necesaria.
Teníamos dudas sobre el rendimiento en ataque tras la marcha de Llorente. Hasta ahora nadie ha cogido su testigo goleador, pero como ocurre en las buenas organizaciones se ha suplido esta carencia individual con el aporte colectivo, con el trabajo en equipo. No ha dado aún sus frutos el innegable pundonor y el hambre de Aduriz (que el año pasado a estas alturas ya había marcado tres) pero tiene gol y su tenacidad pronto tendrá premio.
Ha tenido mejor recompensa la entrega sin concesiones de Susaeta o Muniain, así como la de otros goleadores ocasionales como el correcaminos De Marcos, el oportunista Ibai, el imprevisible San José, un Beñat al que esperábamos antes o un Iraola tan poco acostumbrado a marcar que no sabe ni cómo celebrarlos. En total siete goles anotados por siete futbolistas diferentes (el octavo fue en propia, de Arribas).
La estadística no va mal, ocho goles a favor y seis en contra. La balanza de momento es favorable, sobre todo si la comparamos con la registrada la pasada campaña transcurrida la cuarta jornada, cuando el Athletic ya había recibido el doble de goles, doce, en cuatro partidos: cinco del Betis, cuatro del Atlético y tres del Espanyol.
El equipo aún tiene que mejorar muchas cosas en defensa, entendiendo el concepto defensivo tanto individual como colectivamente. Porque hay que resguardarse del peligro desde la intervención del guardameta, que es quien inicia la jugada, hasta que la protagoniza el propio delantero. Es el momento de fiscalizar los errores que se producen en el área pequeña pero también aquellas pifias que, originándose en una tonta pérdida de balón muchos metros más lejos, terminan costando caras para un Athletic que sigue siendo generoso con el rival.
Todos vimos a un indeciso Herrerín al que por sentido común hay que seguir dando un voto de confianza. Desde luego no tuvo el debut soñado en el nuevo San Mamés pero ya se han hecho esta semana suficientes análisis de las jugadas en las que no estuvo atinado. De nada sirve seguir hurgando en la herida. Prefiero quedarme con su entereza al pedir disculpas públicamente por los errores cometidos y desvelar un buen consejo que Valverde le dio al término del encuentro "cabeza alta, que el que no sale, no falla".
Irremediablemente los pesimistas sospechan que este año se volverá a vivir un curso complicado puesto que, desde su filtro negativo, el equipo parece no haber corregido los principales males que le damnificaron. Han pasado cuatro jornadas, pero se lamentarán por no haber encontrado un portero que ofrezca las suficientes garantías, se enervaran por no haber visto aún una defensa segura que deje de ser permisiva e inocente y por considerar que tenemos un centro del campo creativo pero poco efectivo.
Como el pesimismo suele ir acompañado de la impaciencia seguro que ya han puesto el grito en el cielo recriminando al fallón Aduriz, exigiendo una oportunidad para Kike Sola o incluso añorando al hoy desahuciado Llorente. Todas las poses de los aficionados son legítimas, faltaría más, pero aunque me confundan con un iluso yo soy siempre partidario de ver la botella medio llena mirando al futuro con ilusión. Este año apunta bien, nuevo campo, un entrenador diferente, tan admirador como Bielsa del fútbol vistoso pero mucho más prudente. Bielsa hizo que el Athletic maravillara en su primer año y eso siempre se lo agradeceremos, pero el peaje fue tan grande a todos los niveles que la pasada campaña ni él quería seguir en Bilbao ni la plantilla se mostraba muy por la labor de su continuidad. Valverde, más discreto, siempre lavará los trapos sucios en casa y guardará la ropa antes de que las goteras la terminen calando.