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Disociación entre ética y política

lA etimología del helenismo "político" se refiere a ciudadano dedicado a lo público. Su antítesis, etimológicamente hablando, viene a ser "idiota" en una de sus acepciones. En este último caso, obviamente, se ha producido un cambio de significado. Actualmente, nadie se ofendería de quien se ocupa de sus asuntos privados, a no ser que sea en absoluta exclusividad, dando la espalda a la sociedad. El cambio de significado es un fenómeno frecuente en la historia de las lenguas. En castellano el vocablo "alameda" no significa solamente paseo con álamos, sino que por extensión se utiliza con cualquier clase de árboles. Lo mismo ocurre con la palabra "matrimonio", por más que su raíz se remonte al término latino "matrix" madre. En esto consiste precisamente; responde más que a la lógica etimológica al uso aceptado por la comunidad de hablantes y recogido a posteriori por las Academias de la Lengua.

No es previsible que el término "político" vaya a sufrir ninguna modificación en su sentido actual, por lo menos, a corto plazo. Sin embargo, podría ser que se recuperase el semea olvidado de algún étimo modificado en su acepción primigenia para nombrar a aquellos políticos que se ocupan en exclusividad de sus asuntos privados y que utilizan su actividad pública como trampolín para satisfacer sus ambiciones meramente egoístas.

Se suele aludir a que en la política tienen que estar los mejores y los más capacitados, la aristocracia no referida a un título nobiliario, que diría Ortega y Gasset. En mi opinión, debería abrirse un debate sobre qué es ser el mejor en términos políticos, si es imprescindible que gestionen lo público personas muy exitosas o personas muy honradas (comprendo que lo uno no excluye a lo otro) principalmente cuando cunde la impresión de que dar el pelotazo es la clave de la prosperidad individual, en detrimento de valores como el esfuerzo, la entrega o precisamente la honradez.

La dedicación política exige una vocación altruista, un cierto idealismo, una personalidad volcada en el bien común, en soñar con una sociedad más justa, donde sus conciudadanos vivan mejor y sean más felices. Supone un rechazo de la injusticia y un vehemente deseo de solucionar los problemas de la ciudadanía. En este último apartado es donde más necesaria se muestra la capacidad del político. Sin embargo, los valores que entraña el servicio a la sociedad han de ser inherentes a esta condición. En literatura, por ejemplo, hay literatos que no son buenos escritores por un exceso de racionalidad y nadie opina que deba primar lo contrario.

Lamentablemente, la riqueza, el lujo y el derroche que observamos en nuestros representantes acercan a muchos individuos a la política con el fin de medrar a costa de los recursos públicos. La impunidad de que gozan alimenta y alienta este movimiento. Los partidos, en sus procesos de selección, podrían hacer hincapié, en mi humilde opinión, en los valores morales de los candidatos para combatir, entre otros males, la venalidad. Así, tal vez, podríamos lograr que no se reproduzca una indeseable disociación entre política y ética, pues da la impresión, algunas decisiones judiciales lo dan a entender, de que es lícito en política adoptar comportamientos poco éticos mientras no sean constitutivos de delito. A este respecto, cabe señalar que algunos han aparecido en los medios de comunicación con una amplia sonrisa en sus rostros ufanos tras haberse escabullido astutamente de su responsabilidad política y judicial. Al observarles, no puedo dejar de recordar a La Lupe cantando la célebre canción Puro teatro.