EN memoria de mi admirado paisano el Padre Franciscano José María Lertxundi (Orio 1836-Tánger 1896), arabista, escritor, pedagogo, diplomático, hábil urdidor de acuerdos, incansable buscador de encuentros, traductor, apasionado misionero de la generosidad, de la bondad, obrador incansable, hacedor tenaz de orfanatos, imprentas, hospitales, escuelas, santuarios, cámaras de comercio, asociaciones caritativas, obras públicas, etc. A su muerte en olor de santidad, las tres Religiones del Libro se pelearon por enterrarlo según su rito. Fue un inolvidable y clamoroso duelo popular. Dejó una tremenda huella y un buen ejemplo a seguir. Se le sigue venerando en su tumba de la catedral de Tánger.

La población árabe tiene el denominador común de su arabidad y la similitud de su civilización y su cultura, en otro tiempo tan venturosa y civilizadora. Cifrada en unos 300 millones de personas que habitan 22 Estados en el Norte de África y el Oeste de Asia. El árabe y el islam se han convertido en realidades inseparables, ninguna de las cuales puede ser explicada sin la obligada referencia a la otra. Hablar del mundo árabe implica necesariamente hablar del Universo Islámico, gracias al cual adquirió su expresión y personalidad. A pesar de lo mucho que comparten sus diversos Estados, desde 1945 integrados en la Liga Árabe, no obstante, tienen trayectorias políticas, sociales y económicas diferentes, así como son plurales sus riquezas y distintos sus problemas, su presencia y su acción en el escenario internacional. Suponen menos de una cuarta parte de la Umma, la Comunidad Musulmana Global.

Observando la realidad en tiempo real, vemos que el mundo árabe, que parecía políticamente estancado, se encuentra en proceso de cambio traumático para adaptarse a los nuevos tiempos de globalización y a los nuevos sistemas de información y comunicación. Las masas populares se encuentran últimamente en plena ebullición. A diario contemplamos impasibles manifestaciones, algaradas, protestas, evoluciones, revoluciones y guerras fratricidas. Se caen mitos y tabús que hasta ayer parecían inmutables. La indignación resignada del pueblo se transforma en reacción rabiosa, insurgente, y se atreve a enfrentarse al poder establecido. La colectividad ha comenzado a reaccionar tras un cúmulo de promesas incumplidas y ante la nula esperanza de que se cumplan. Han tomado conciencia y aprendido que, agrupados y en acción, pueden favorecer los cambios necesarios para adaptarse a las circunstancias cambiantes de nuestra aldea global.

Los regímenes políticos islámicos tienden a convertirse en teocracias, gobiernos de Dios en la Tierra, reñidos en su concepto con lo que en Occidente se conoce como monarquía, gobierno de uno, o democracia, el gobierno de la mayoría, en el que la colectividad desempeña el papel central. Tratamos de convencerlos de las bondades de nuestra imperfecta e insatisfactoria democracia burguesa y, cuando se avienen, no nos gusta el resultado. Ejemplo clarificador actual: Egipto (antes lo fue Argelia). Viene el amigo americano y bendice el golpe de Estado en el nombre de la libertad y la democracia. Estas contradicciones son las que buscaba la Hermandad Musulmana, creada en 1926. Ellos y sus afines pierden ahora el poder pero ganan prosélitos para su objetivo final: imponer la Ley Islámica (Sharia), como en la época del Califato Perfecto, la etapa de los cuatro primeros sucesores de Mahoma (que Dios le tenga en su gloria). Es cierto que el mayor ideólogo y pensador de esta organización altamente politizada, Sayed Kutub, encarcelado durante diez años y ahorcado por Gamal Abdel Nasser, el carismático líder panarabista, preconizaba el derrocamiento de estos regímenes en los que reina la barbarie (yahiliya) por el mismo método que empleó Mahoma (en gloria de Dios esté). La semilla plantada ha germinado y su influencia es innegable.

Ayman Al Sawahiri, actual líder de Al Qaeda y terrorista más buscado hoy, perteneció a la Hermandad Musulmana, aunque la dejó en los 80 porque le parecían blandos. Hoy mismo, el Gobierno estadounidense, aconsejado por el poderoso complejo militar-industrial, necesita mantener el nivel de alerta y de miedo con dos fines: para enardecer más a los acríticos patriotas envueltos en la bandera, evitando fisuras y críticas en el ámbito interno, por un lado; y por otro, para crear una cortina de humo de cara al exterior que tape sus vergonzosos asuntos del espionaje sistemático al que nos somete por nuestro propio bien y en defensa del mundo libre. No nos sorprendemos ya. Antes fue la Red Echelón. Nuestra sumisión en particular es patética (véase el "error de bulto" diplomático de nuestro embajada en Viena haciendo de alguaciles estadounidenses). Imagen nefasta de insensatez e irresponsabilidad, propias de necios que no miden el alcance de sus acciones, que produce auténtica vergüenza ajena y que hace un daño profundo a nuestro ya deteriorado prestigio y a nuestras privilegiadas relaciones sociales y económicas con los países iberoamericanos. No sigo.

Hoy, la Hermandad Musulmana gana en las elecciones democráticas representativas en los Estados donde se puede presentar libremente tras el auge de la trabajada reislamización popular como respuesta al autoritarismo represivo de dictadores occidentalizados, a la corrupción, a la falta de libertades básicas que soportan los menos favorecidos por la sangre o la fortuna.

Para estas capas sociales, azotadas por la miseria, sin la menor esperanza de un futuro ilusionante, su único consuelo es la religión y la vida eterna. La mezquita no es solo lugar de encuentro, meditación y oración. Es también lugar de auxilio mutuo, centro de asistencia social y de consejo. Es la única institución que responde. Como en Egipto, Argelia y Túnez, incluso en Marruecos, que tiene a los imanes de las mezquitas funcionarizados, si las elecciones fueran libres los islamistas ganarían seguro. Su majestad sherifiana lo sabe y lo evita, pues los conoce y los teme.

Los europeos no somos ajenos a nada de esto, puesto que hemos pasado por las guerras Papado-Imperio, el Renacimiento y la Ilustración hasta llegar a la separación de poderes Iglesia-Estado. En el Estado español hemos experimentado en época reciente las regresiones del antiguo régimen como "reserva espiritual de Occidente". Les comprendemos bien sin demasiado esfuerzo. Además, también nuestra educación en valores cívicos y principios y métodos democráticos es aún escasa. De hecho, constatamos a diario que aún quedan nostálgicos del pasado reciente y se resisten a cambiar de actitud. En la jerarquía eclesial española predominan amaneramientos fuleros muy poco ejemplarizantes y nada acordes con los tiempos y las circunstancias actuales. Los más radicales y esencialistas alzan sus retrógradas voces con el consentimiento, cuando no la aquiescencia del partido en el poder. A esos les digo: ¡Ojo al Papa!

Hemos de tener en cuenta que, en esos países, solamente las monarquías hereditarias, los militares y los religiosos están realmente organizados, pues los partidos políticos y asociaciones laicas, donde las había, han sido brutalmente reprimidos y si existen son muy débiles. En el estático antiguo orden imperante de los países árabes, el prestigio lo dan el linaje, las armas o la religiosidad. Los procesos de modernización que emprendieron los líderes nacionalistas y panarabistas que ostentaban el poder político durante la segunda mitad del pasado siglo, tras la descolonización, degeneraron en dictaduras en manos de déspotas occidentalizados que nunca pensaron en hacer cambios consensuados pacífica y progresivamente, por lo que me atrevo a augurar que seguirán los dinámicos tiempos revueltos, que desembocarán sin tardar en violentas o acordadas mutaciones políticas y sociales.

Convirtamos una supuesta amenaza en una oportunidad histórica. Hagamos futuro entre todos. Mojémonos. No nos dejemos arrastrar, conduzcamos. Elaboremos planes y programas con la audacia, energía y abierta visión que el momento requiere. Tenemos una historia compartida de ocho siglos, lazos de sangre y de amistad, intereses mercantiles, intereses estratégicos y muchas influencias mutuas. Se acercan ya al millón los que habitan entre nosotros buscando una vida más digna y próspera. En nuestra comunidad son los emigrantes más numerosos y van en aumento. Los tenemos en casa y también son nuestros hospitalarios vecinos del sur; el mundo árabe comienza a 14 kilómetros de la península, al otro lado del Estrecho. Dos millones de magrebís lo están atravesando ahora, con motivo del periodo vacacional y con el acicate añadido de celebrar en familia la fiesta del Fin de Ramadán. Volverán. ¡Bienvenidos! (Ahlem bik! ¡Marhaba bikum!) ¡Os deseo lo mejor, nada malo! (¡Bil ghir!, ¡la bash!).