LA comparecencia que hoy protagonizará Mariano Rajoy ante los grupos parlamentarios debió estar concebida como un ejercicio de transparencia y una constatable voluntad de estabilizar la vida política y, por extensión, la actividad pública. El momento político y económico lo exigían desde hace meses pero, con independencia del contenido exacto de la intervención del presidente español, la realidad es que no ha estado a la altura de su papel de hombre de estado.

El formato elegido anticipa un extenso mapa de puertas falsas en las que envolver la necesidad última y fundamental de clarificar el funcionamiento del primer partido del Estado y despejar cualquier duda sobre la honestidad y fiabilidad de su funcionamiento. El deterioro de la confianza en la clase política no puede ir a más y el uso de la estructura institucional para defender objetivos de naturaleza particular -de personas o partidos- arrastra al deterioro al mismo entramado democrático.

Un entramado que sufre cada vez que la mayoría parlamentaria sirve como cinturón sanitario al presidente, impidiendo que deba responder en tiempo y forma a la función de control del poder legislativo. Como sufre por el uso de la prerrogativa de comparecencia a petición propia para componer una agenda de asuntos que diluyen lo fundamental en una multiplicidad de temas que, por no ser menores -la estabilidad económica, la gestión del déficit público o el deterioro y cuestionamiento de la sostenibilidad del modelo de Estado- merecen a su vez un tratamiento específico y no solo el papel de enmarcar o incluso ocultar el que trae al presidente ante sus señorías: los presuntos cobros irregulares y la financiación del PP.

Este escenario previo se completa con la propia fecha elegida para la comparecencia, con la mitad de los ciudadanos desplazándose hacia o desde sus residencias vacacionales y en todo caso con una opinión pública orientada más al ocio que a la dimensión real de todo el asunto. Por todo ello, lo más desafortunado de todo lo que rodea a la comparecencia de Mariano Rajoy es la falta de expectativas. No hay mimbres que nos hagan confiar en que, de lo que suceda hoy, se pueda extraer un panorama más claro y estable en torno al Gobierno ni más tranquilizador hacia la opinión interna e internacional.