A lo largo y ancho de la aldea global, la desigualdad hombre-mujer sigue estando muy presente y obliga a seguir en lucha, sin bajar la guardia. El poderoso androcentrismo, bien anclado en el machismo y el patriarcado, aparentemente va cediendo terreno. Han tenido que transcurrir muchos milenios para que se empiece a reconocer en la mujer la condición de persona, con los mismos derechos y obligaciones que los hombres. En un principio, la fuerza bruta puso el poder en manos del hombre y fue condicionando la evolución del conjunto de seres humanos.
El sometimiento de la mujer ha tenido siempre una doble vertiente: la puramente física y la cultural. ¿Cuál es la fuerza secreta que ha ido permitiendo a la mujer escapar de tan infernal desigualdad, hasta llegar a ser reconocida como persona? No lo sé, pero hay algunas pistas esperanzadoras. Voy a referirme a un par de realidades al alcance de todo el mundo.
A la mujer se le ve como a una auténtica maratoniana. No se jubila nunca, resiste, no se derrumba y hace lo que sea por salir adelante. Por lo general no tiene tiempo de mirarse al ombligo, porque siempre tiene a su lado alguien de quien ocuparse. En ella el recorrido que va desde la ilusión emprendedora (en la búsqueda del triunfo), y la frustración paralizante (al no poder alcanzar un determinado objetivo), es mucho mas largo. Es capaz de derrochar inteligencia, intuición, paciencia, tenacidad, constancia, mano izquierda para adaptarse con facilidad a las circunstancias, etc.. ¿Cuál será el secreto que nos oculta para ser única poniendo al mal tiempo buena cara? Normal que se haya ido apoderando de la Universidad hasta hacer crecer, en forma exponencial, el número de licenciadas en Derecho, Economía, Medicina, Biología, Filosofía, Sociología, Periodismo, Filología, Informática, Ingeniería, etc.
La maternidad merece un capítulo aparte. Una mujer puede priorizarla absolutamente, compatibilizarla más o menos con una vida profesional o renunciar a ella. Los hombres no podemos elegir y esto, como personas, no es siempre lo mejor. Concretamente, hemos de hacer un esfuerzo mental considerable para acercarnos a la vivencia íntima de una madre, por ejemplo, en los meses de embarazo y lactancia. Hablando de desigualdad, no sé hasta qué punto esto es un privilegio o una maldición.
Los varones tenemos que conformarnos con intuir, porque no podemos llegar a sentir. En fin, quizás nos iría mucho mejor si fuéramos capaces de valorar, un poco más, la capacidad de servicio femenina. Seguro que seríamos más resistentes al siempre temible asalto de la frustración. ¡Cuántas calamidades de corte machista podrían evitarse!
Iñaki San Sebastián Hormaetxea