KARL Haushofer (1869-1946) y el jesuita norteamericano Edmund A. Walsh (1885-1956) constituyen con sus vidas paralelas una peculiar radiografía intelectual del siglo XX: el primero por haber sido el creador de una disciplina pseudocientífica, llamada geopolítica, que inspiró el Lebensraum y la política de expansión territorial nazi. El segundo por fundar la Escuela de Ciencias Políticas de la Universidad de Georgetown, en la que se formaron Bill Clinton, el rey Abdullah de Jordania y la presidenta de Filipinas, Gloria Macapagal Arroyo. Las vidas de ambos no solo fueron paralelas sino que además llegaron a intersectar: en los años 20, el padre Walsh fue el primero en advertir el carácter nocivo de las ideas del profesor alemán. Tras la Segunda Guerra Mundial, Edmund Walsh intervino en los juicios de Nüremberg como asesor de los juristas angloamericanos e interrogó a Karl Haushofer, quien comparecía como inculpado junto a los responsables políticos del derrotado régimen nazi.
Haushofer fue absuelto, por dictamen del jesuita, con el argumento de que los planteamientos intelectuales no son equiparables a los actos delictivos. Tan solo son ideas, y como tales, aunque resulten depravadas, no son susceptibles de culpabilidad ni admiten castigos más allá de la condena pública. Las conversaciones entre Haushofer y Walsh dan carpetazo a una doctrina irresponsable en política exterior y arrojan luz sobre los errores y padecimientos del profesor alemán. Por desgracia, esta historia jamás llegará a conocerse del todo, ya que las impresiones más personales de Haushofer, bávaro y católico, fueron transmitidas al padre Walsh bajo secreto de confesión.
Sobre Karl Haushofer se han escrito cosas sensacionalistas y excéntricas. No es verdad que fuese la cabeza pensante detrás del Führer o estuviera vinculado a sociedades ocultistas, ni que hubiese escrito Mein Kampf de su puño y letra. Sí lo es, por el contrario, que su visión del mundo estaba inspirada por sus viajes por el Extremo Oriente y el estudio de la historia, el sistema educativo, los valores y el carácter orgánico de la sociedad japonesa. También consta que actuó como profesor particular de dos personajes tan poco ignacianos como Adolf Hitler y Rudolf Hess. Se llegó al encuentro por mediación de este último, amigo y antiguo pupilo de Haushofer, el cual también cumplía condena en la penitenciaría de Landsberg por el fallido golpe de estado de 1923 en Baviera. Todos los miércoles, el catedrático recorría desde Múnich más de 100 kilómetros para llevarles libros e impartir charlas sobre su visión de los asuntos mundiales, el futuro político de Alemania y otros temas por el estilo. El mismo Hitler resumiría después este período de su vida con una irónica cita: "Landsberg me incluyó un suplemento de formación universitaria a cuenta del estado".
Durante el nacionalsocialismo, Haushofer aprovechó su relación con los nazis para convertirse en un intelectual de moda y ganar dinero. Después, las cosas se torcieron a causa de la rocambolesca fuga de Hess a Inglaterra y la implicación de su hijo, el también reputado geógrafo y escritor Albrecht Haushofer, en el complot del 20 de julio de 1944 contra Hitler. Los Sonetos de Moabit, hallados en el abrigo de Albrecht tras su ejecución por la Gestapo, culminan la saga familiar con acentos de tragedia clásica: "Mi padre rompió el sello, / no advirtió cómo el aliento del mal se alzaba / y dejó al demonio libre por el mundo". Karl Haushofer perdió su cátedra y fue internado en un campo de concentración. De ahí, al banquillo en Nüremberg y vuelta a la libertad por mediación de un jesuita. Terminó sus días suicidándose con arsénico y una espada samurai en marzo de 1946.
En nuestros días, vuelve a estar de moda la geopolítica, pese a ser una ciencia ayuna de rigor y totalmente desprestigiada. Parte de culpa la tiene el propio Haushofer, quien adormecido por el éxito olvidó formalizar su vasto saber e introducir precisión en los conceptos, prefiriendo una forma generalista y difusa de expresarse por escrito para empatizar mejor con la retórica del poder. Obviamente, no se trata del mismo fenómeno intelectual. La geopolítica de Haushofer, inspirada por las obsesiones alemanas de la época, era una geopolítica del poder. La de hoy pretende dar respuesta a necesidades económicas o de estabilidad política. Y no hay una sino varias: existe una geopolítica del petróleo, de los recursos naturales y del comercio, otra de los estados fallidos y de la necesidad. Por supuesto también existen geopolíticas de internet, de la seguridad colectiva, culturales, religiosas -en el Vaticano la llaman ecumenismo- y del clima. Hasta los jesuitas tienen su geopolítica, con 230 universidades entre las que destacan las de Deusto, Frankfurt, Georgetown en Estados Unidos y Sofía en Tokyo.
Independientemente de su calidad doctrinal y del uso que le quiera dar un centro de estudios respetable, como el del padre Walsh o cualquier think tank al servicio del poder apadrinado por el Haushofer de turno, la geopolítica comienza a ser importante desde el mismo momento en que Colón hinca el estandarte de Castilla en una remota playa de Bahamas. Vivimos en un mundo globalizado. Todos los caminos llevan a Roma y posteriormente de regreso a Alemania, Washington o Euskadi, dependiendo de dónde se haya partido. Lo local y lo global son el alfa y omega de nuestra realidad histórica en el siglo XXI.
Por cierto, ¿cómo puntúan los vascos en competencia geopolítica, ecumenista, de perspectiva global o como se la quiera llamar? Siendo honestos, hay que admitir que pese a su buena voluntad no lo consiguen hacer tan bien como jesuitas, israelíes o el mismo Papa. Es cierto que andan por Bruselas, cuidan de las casas regionales en Latinoamérica, abren oficinas en Nueva York y contratan lobbystas profesionales para promocionar sus empresas y el turismo vasco en Estados Unidos. Pero, ¿poseen visiones globales del mundo, con sus problemas, sus tendencias culturales, sus centros de poder, su geografía y su distribución de recursos humanos y materiales? Dar respuesta a esta pregunta es más importante que seguir las consignas de tres o cuatro gurús. Una cosa es producir, eso ya lo hacemos bien, y otra es vender: ahí nos estamos aplicando. Pero lo que realmente importa es conseguir que te compren. Y de la misma, saber dónde, cómo, cuándo y por qué hay gente dispuesta a hacerlo. La geopolítica actual promete solucionar cuestiones de este tipo, de modo que la próxima vez que se nos aparezca el espíritu de Ignacio de Loyola quizá venga acompañado del padre Walsh.