A todos se nos encogió el corazón el miércoles. Primero, por esa sensación de despedida inapelable que te deja un vacío insoportablemente intenso; después, con el hormigueo de emoción que recorrió nuestro cuerpo al repasar a golpe de imágenes y música evocadora el extraordinario vínculo personal que nos deja San Mamés. Es difícil quedarse con un momento, porque todos fueron conmovedores.
Tengo que reconocer que el espectáculo diseñado por el club para el adiós de La Catedral fue todo un acierto. Atinada combinación de recursos plásticos y llamadas constantes a la emoción a través de esos fotogramas que por última vez recorrieron bajo el paraguas del arco los hitos que cualquier athletikzale tiene perfectamente interiorizados. Una auténtica oda al sentimiento rojiblanco. Vía libre para el recuerdo: de la primera vez al primer triunfo, los primeros autógrafos, la primera visita, y el primer partido sin la auditoría paterna. En mi caso, las visitas a La Catedral casi siempre han sido con el mismo compañero de viaje, mi entrañable amigo Víctor.
Hoy aprovecho también para agradecer su desinteresada amistad. ¡Cómo nos desgañitábamos en la general! Ya fuera vilipendiando juntos a Buyo, a Míchel, a Simeone, o en fechas más recientes improvisando chirigotas para Iniesta o Cristiano. Junto a Víctor crecí viviendo algunos de los episodios más reseñables de la historia del Athletic. De los títulos logrados en los 80, que compartimos cuando aún vestíamos pantalón corto, a aquel triunfo ante el Zaragoza que nos llevó a la Champions Luis.
Las primeras celebraciones en el cercano templo de Pozas, donde los pospartidos siempre se hicieron interminables, y los últimos intentos de fiesta que terminaron en un manto de lágrimas compartidas por las finales perdidas. Nos unieron nuestros padres y hoy nos unen nuestros hijos. Una amistad robusta como el roble en la que el Athletic siempre ha estado merodeándonos.
En el viaje siempre hubo risas y llantos, rugidos de apoyo y de desaprobación, abrazos emocionados en el triunfo, las manos a la cabeza y los lamentos en la derrota, pero siempre con el Athletic en el centro de nuestras emociones. Este jueves pude haber ido al campo y añadir una última muesca en nuestro glosario de experiencias conjuntas pero, seguramente por evitar las lágrimas, preferí ahorrarme el trago y ver el partido junto a mis hijos en el sofá de casa con la camiseta puesta y sentado frente al televisor.
Tampoco pude esquivar las fuertes sensaciones que la noche tenía reservadas. Me gustó mucho ver desfilar a los jugadores que representaban a tantas generaciones de leones, fue una visión reveladora, aunque sus zarpazos sigan en la retina reconforta saber que también pasa el tiempo para las leyendas. No tengo buena memoria, pero el miércoles comprobé que ésta es muy selectiva, sorprendentemente reconocí a casi todos los homenajeados, posiblemente obligado por las constantes preguntas de mis hijos a los que les dejó impactado el perfil de Rafa Iriondo, "mirarlo bien", les dije, "es uno de los cinco magníficos".
Indudablemente, el resultado era lo de menos, pero ellos no lo entendieron así y terminaron la retransmisión cabreados por no haber podido ver ganar al equipo ni el último partido de San Mamés. Afortunadamente toda la furia se diluyó cuando empezaron a desfilar, y de corto, los capitanes. Leyendas vivas de ese Athletic campeón del que tantas veces habíamos hablado. Les pareció una visión mesiánica contemplar a Julen Guerrero aún con apariencia de futbolista repartiendo juego mientras la afición hacía sonar en la grada el popular grito de ¡Julen, Julen! Fue el homenaje que mereció y nunca tuvo en su marcha. Me preguntaron también por el mítico Dani, por Andrinua y por Pablo Orbaiz. Pero el éxtasis llegó en ese instante en el que por la boca del vestuario emergió la imponente figura del Chopo. Entonces se levantaron sorprendidos del sofá en un acto reflejo que también repetimos muchos otros.
Cuando el legendario portero pisó el césped me preguntaron inmediatamente: ¿Es Iribar, aita? ¿Va a jugar? Y en ese mismo instante escuché en estéreo, a derecha e izquierda Iribar, Iribar, Iribar es cojonudo, como Iribar, no hay ninguno. Tienen 8 años, pero conocen a la perfección la copla y en ese momento comenzaron a cantar mientras en la grada de San Mamés se improvisaba al unísono la simbólica estrofa en un acto espontáneo que nos sobrevino en ese mismo instante a miles de aficionados. Iribar, bajo la portería de Ingenieros o como emisario del club en una peña en Albacete, Iribar de futbolista o entrenador, Iribar siempre ha sido el mejor embajador del Athletic, y sus palabras nunca sobran. Mientras pisaba por última vez el césped le preguntaron en directo (había medio millón de espectadores en ese momento): "¿La grada dice que Iribar sigue siendo cojonudo?". "Lo que es cojonudo es el Athletic", replicó él. Iñaki Sáez, otro mito a su altura, estuvo tan atinado como el Chopo en las valoraciones dejando para la posteridad una sentencia que debería grabarse a fuego en el catecismo rojiblanco: Nacer, crecer y morir en el Athletic, ese era nuestro lema. Efectivamente juntos llegamos a más. Podríamos hacer muchas cosas solos, pero la suma en el caso de Athletic es multiplicación. Eskerrik asko San Mamés, beti bihotzean.