ES frecuente, al hilo de la actualidad, comentar si esta terrible lacra que estamos viviendo de violencia contra las mujeres no será consecuencia de la sobreinformación y que el hablar de ella haciéndola patente provoca un terrorífico efecto dominó. ¡Yo opino que no! ¡Es necesario hablar! ¡Prioritario informar! ¡Obligado actuar de forma diligente! La sociedad debe transformar su papel de mera insultadora e indignada y pasar a ser denunciadora con el maltratador, protectora con la víctima y proactiva en contra de una violencia de raíces históricas que durante décadas y siglos ha obligado a la mujer a relegar su propia seguridad en aras de una supuesta paz y estabilidad familiar y social.
Todos los días llegan a nuestras manos nuevos estudios, datos y estadísticas que dicen que entre los y las jóvenes sigue habiendo machismo, que la conciencia social es baja, que un 50% de las familias de maltratadas les recriminan sus denuncias o que aparecen nuevas modalidades como el ciberacoso. Al mismo tiempo, vemos los esfuerzos de instituciones y personas tratando de implementar medidas sociales, legales, policiales y de eficiencia en la persecución del delito. Y todos los días siguen muriendo mujeres, como si las acciones y las reacciones trazasen caminos paralelos.
La sociedad trata de buscar explicaciones; debatimos, intentamos diagnosticar y hasta desde diferentes perspectivas se proponen remedios a este drama. El médico forense y profesor Miguel Lorente, al analizar con mirada profesional la historia, razones y consecuencias de una afrenta que no solo destruye físicamente a la mujer llevándola demasiadas veces a la muerte, sino que la anula como ser humano, dice: "Cuando lo anormal se convierte en normal, nos encontramos con una anormalidad general aceptada por la sociedad, o en otro caso, una intencionalidad en dicha sociedad por ocultar, disfrazar y presentar como normal algo que no lo es con el fin de establecer un determinado orden". Esta segunda parte es la peor, la más peligrosa, la menos patente, la invisible.
Por eso es necesario hablar de ello. Debemos luchar contra el concepto de violencia contra la mujer como algo que no debe visibilizarse mucho en la esfera pública; porque sigue produciéndose asiduamente en la privada. Debemos reordenar los papeles sociales y legales respecto al género, porque por muchas normas culturales, creencias y justificaciones sociales esgrimidas, los delitos de violencia contra las mujeres deben tener un tratamiento igual al aplicado a delitos de iguales consecuencias, sin atenuantes especiales (que los hay) e imponiendo el "iguales ante la ley" (que así se contempla). Debemos desechar la idea de que nacer mujer u hombre significa tener que perpetuar roles aunque la sociedad los tenga establecidos. No justificar lo injustificable. Hay que acabar con situaciones que no por aceptadas dejan de ser injustas y discriminatorias y seguir reivindicando el cambio no solo en las formas sino en el fondo, implantando la igualdad en todos los ámbitos y sin demora. Dice Lorente: "La mujer para ser bien 'considerada' tiene que ser buena en todo, cuando al hombre le basta con serlo en algo (aunque sea jugando al ajedrez)". ¿Hasta cuándo?
Hoy en día, afortunadamente, ya es una tesis ampliamente admitida que la violencia de género es una violencia estructural, encarnada en la cultura, en el ser social y en la historia y no solo un "problema de hombres malos". Como ejemplo, examinemos la lengua y el lenguaje, instrumentos obligados en el proceso de igualdad y, como sabemos, fiel reflejo de la forma de ser y de entender de una sociedad. Con esta premisa, busco en el diccionario de la RAE mujer y hombre. Tras cada definición física, aparece: Mujer: "Que tiene las cualidades consideradas femeninas por excelencia"; Hombre: "Individuo que tiene las cualidades consideradas varoniles por excelencia, como el valor y la firmeza". ¡Sin palabras en el 2013! Pero, además, entre las abundantes acepciones de mujer, aparece varias veces la palabra prostituta y otras varias, fácil, perdida, objeto?. junto con definiciones peyorativas o de sumisión al hombre. Por el contrario, la afección más negativa acerca de hombre es la de hombre del saco: personaje de ficción que asusta a los niños, o poco hombre para los cobardes, pero ni rastro sobre machistas, violadores o maltratadores, pero todo es vigente, los roles y las palabras. Por eso es del todo necesaria una reflexión sobre la importancia de los conceptos interiores, la estructuración del pensamiento y sus consecuencias para poner en marcha acciones que procuren corregirlas.
Debemos luchar para cambiar lo que dice la ONU en sus estadísticas oficiales; "Una de cada tres mujeres del planeta será violada o maltratada a lo largo de su vida, y aunque muchas sociedades la prohíben, la realidad es que a menudo esta violencia es encubierta o tácitamente condonada". Hay que hablar, gritar, denunciar y actuar, cada quien en nuestro ámbito y con nuestras posibilidades, para que ninguna mujer sea víctima silenciosa ni necesaria. Y como no, se debe hablar de ellos, los violadores, maltratadores y asesinos, y señalarles; con el dedo, con la pluma, con la ley, con la cámara, porque las mujeres estamos cansadas de conocer y saber todo de las víctimas y que se oculte al agresor. Queremos saber quiénes son, verles la cara, y ponerles nombre, apellidos y también adjetivos y que estos se incluyan en el diccionario para que la historia los reconozca.
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