EL Tribunal Constitucional acaba de suspender la declaración del Parlamento catalán sobre la soberanía y el derecho a decidir de Catalunya. La verdad es que se trata de una decisión un tanto sorprendente ya que el mencionado acto parlamentario no tenía ninguna trascendencia legal ni su adopción vinculaba modificación alguna de la legislación vigente. Era, eso sí, una declaración de intenciones, una expresión de la voluntad mayoritaria de los electos representados en el Parlament en relación al futuro de su nacionalidad y al compromiso político de libre decisión.

Pues ni por esas. Recurrido por el Gobierno español ante el Constitucional, éste ha admitido a trámite el requerimiento y ha dejado en suspenso el alegato político hasta que el tribunal entre a valorar el fondo, el contenido de la proclama.

El 15 de febrero de 1990, el Parlamento Vasco aprobó una resolución en la que la mayoría representada en la Cámara reconoció el derecho del Pueblo Vasco a la autodeterminación. No quiero pensar, ni por un momento, cuál habría sido la posición de los actuales magistrados del Tribunal Constitucional si un recurso vinculado a esta declaración hubiera llegado a sus manos. Estaría ya en la trituradora.

De seguir por la actual deriva recentralizadora, el Tribunal Constitucional va a terminar suspendiendo el derecho a pensar.

Mi padre decía que, para algunos, "pensar" era "comer pienso". La definición parece de aplicación hoy en día en muchos casos en los que observamos que el raciocinio, o el sentido común, tienen más que ver con los instintos que con la actividad cognoscitiva. Por eso, determinadas reflexiones parecen generarse en las tripas y no en el cerebro.

Cuando todo el mundo parece interpretar que lo que la coyuntura económica y política exige es que las instituciones, los partidos políticos, los agentes sociales, se pongan de acuerdo, hay quien piensa que el consenso es una mala noticia, o cuando menos, un "simulacro" de quienes sólo saben "dar vueltas y vueltas a la rotonda". El artífice de esta vomitona argumentaria es José Antonio Pastor, portavoz socialista en el Parlamento, quien a tenor del compromiso adquirido entre el Gobierno vasco, las diputaciones forales y Eudel para la reactivación económica, vilipendió la validez del entendimiento interinstitucional.

Lo que, a todas luces, era una buena noticia para la mayoría de observadores, para Pastor supuso una "pérdida de tiempo con juegos florales que no van a ningún lado".

Resulta curiosa tal apreciación ya que proviene del portavoz de un grupo al que se le llena la boca con la palabra "acuerdo" al tiempo que niega la capacidad de diálogo -veta- a otras formaciones políticas. Exigir "exclusividad" en las negociaciones, apartar del consenso a otras formaciones -PP- y condicionar los entendimientos a un "todo", despreciando compartimentar las sintonías o desencuentros, es negar la voluntad de arreglo.

Pastor y los suyos están en esta tesis. Sólo hay un acuerdo posible. Con ellos o con nadie. Y, por si fuera poca la condición, el entendimiento debe ser sobre todas las materias que ellos decidan. No vale comerse el elefante a trozos. Indigestión o nada.

El Partido Socialista de Euskadi ha lanzado un nítido mensaje al PNV (y también a otras formaciones). Hoy por hoy no están para nada. Que nadie espere su colaboración (ni para la estabilidad, ni para la salida de la crisis, ni para consolidar la paz y la convivencia). Están ocupados en sus cosas y en nada más. Están para que su secretario general pasee por Extremadura, Cantabria, La Rioja... en una campaña de caucus a la caza y captura de adhesiones que comprometan el apoyo a Patxi López en la carrera interna que el socialismo español disputará en unos meses para determinar sus liderazgos internos y externos. Esa es su prioridad. Esa, y la estrategia comunicativa de revestir al exlehendakari como el superhéroe de la nueva izquierda progresista española.

Para ocultar su predisposición a escurrir el bulto -su retorno a la colaboración la fechan en 2015- los socialistas vascos han establecido una estrategia de desgaste del Gobierno que preside Urkullu. Ni una sola concesión. Dureza dialéctica, aunque raye el mal gusto, y demagogia parlamentaria en dosis masivas para que se perciba la fragilidad del Ejecutivo.

Proposición no de ley al canto y complicidad con Laura Mintegi y los suyos para continuar en el bloqueo. Que no se aplique la reforma laboral, que se haga caso omiso a los decretos de Rajoy... que se vulnere la legalidad, en definitiva. Que, so pretexto de la defensa de derechos, el Gobierno vasco incurra en desobediencia, o en prevaricación. Como diría un buen amigo, "lamentable", del verbo "lamer".

El que debió actuar sin pensar -eso han debido creer sus compañeros de la izquierda abertzale- fue Martín Garitano quien, con matices, salió de Ajuria Enea el pasado miércoles, avalando el acuerdo interinstitucional que, de puertas adentro, habían cerrado el lehendakari, los tres diputados generales y la presidenta de Eudel.

En la rueda de prensa posterior al encuentro, Garitano fue, hay que reconocerlo, quien con menos pasión defendió el punto de encuentro alcanzado, pero ratificó sin género de duda la existencia de un compromiso mutuo para la reactivación económica.

El compromiso de Garitano con el acuerdo no debió sentar demasiado bien entre los suyos, ya que poco tiempo después de producirse la reunión vitoriana y de anunciarse el compromiso, Joseba Permach lanzaba en Twitter un mensaje en el que ponía en solfa la virtualidad del pacto alcanzado ( "Erkoreka ha salido vendiendo que hay un acuerdo. Pero la realidad es muy terca"). La rectificación no hacía sino empezar. Larraitz Ugarte, portavoz foral, reconvenía a Garitano y establecía que, de acuerdo "nada de nada". No habían hablado de cupo, ni de fiscalidad, ni de ley de aportaciones. Además, lo que se proponía era refinanciar un modelo caduco, cuando lo que se necesita es "cambiar ese modelo". Un mantra que repiten constantemente sin explicitar cuál es su alternativa, a qué modelo se refieren.

Martín Garitano debe estar apesadumbrado por la situación. Quizá no esté de humor para cantar rancheras por la parte vieja de Donostia . La desautorización interna que ha sufrido demuestra que los galones de mando los llevan otros. Quienes han optado por aliarse tácticamente con los socialistas para asfixiar al PNV y al Gobierno de Urkullu.

La cuestión está en saber si la negación del acuerdo dejará fuera, por decisión de Bildu, a Gipuzkoa del plan de reactivación económica. O si, al margen de la postrera rebeldía, el Gobierno vasco, más allá del desafuero de la izquierda abertzale, ejercerá su responsabilidad manteniendo su compromiso de estimulación económica para el conjunto de la Comunidad, Gipuzkoa incluida. Seguro que así será. Por responsabilidad y por obligación.

La política vasca siempre ha tenido un punto caótico. La pervivencia de la violencia contaminaba hasta hace bien poco cualquier decisión o posicionamiento. Superado ese estadio, la distorsión llega del miedo al contraste. La españolidad teme a la diferencia. Hasta el punto de negar el derecho básico a querer decidir por uno mismo. Como si la voluntad pudiera frenarse por principio jurídico. Y, en casa, la tribu impide el acuerdo. Se imponen los intereses particulares a los generales. Mirarse al ombligo gana, de momento, a arrimar el hombro.

Como diría Asterix, "se han vuelto locos estos romanos!". Sí, de comer pienso.