LA puesta bajo sospecha se inscribe en las relaciones de poder y resulta del cruce de los dos mecanismos por los que los dominantes legitiman la opresión que ejercen sobre los dominados: la estereotipia hostil y la falsa proyección.
La dominación grupal da lugar a la dicotomía mayoría/minoría, mediada siempre por el uso de los estereotipos. Estos consisten en modificaciones permanentes, imágenes "en nuestra cabeza" que se intercalan entre la realidad y la percepción que tenemos de ella, caracterizadas por su esquematismo, su actitud reaccional a una situación colectiva y su carácter sociofuncional. Los estereotipos son uniformes, esto es, no existen como tales más que si están ampliamente extendidos en el interior de un grupo o una población, son simples y las imágenes y representaciones que crean son pobres. La estereotipia, sobre todo, presenta un carácter sociofuncional. La aparición y el mantenimiento de los estereotipos están ligados a los modos de relación entre los grupos y constituyen habitualmente una justificación o racionalización de la antipatía del grupo mayoritario hacia el minoritario en una situación dada.
El mayoritario nombra a los demás, pero no se nombra a sí mismo. Encarna el sentido de los valores, acaparando la humanidad total para sí, y categoriza a los demás grupos, negándoles la humanidad total y definiéndoles como cerrados y diferentes: esto es, como minoritarios. Los miembros de las minorías no son vistos en efecto más que como grupo o fragmentos de grupo; en cambio, el estatus individual define a los miembros del grupo dominante.
El mecanismo de la falsa proyección consiste en el hecho de que el sujeto proyecta sobre el mundo exterior como malas intenciones las tensiones agresivas procedentes de su capa más profunda. Todo cuanto es violento y peligroso para él lo atribuye a la víctima potencial. Este comportamiento paranoico es frecuentemente utilizado por la política, convirtiéndose el sistema alucinatorio en norma política de actuación. Suele ir doblado del pragmatismo maquiavélico: las élites de un país, en su lucha por el poder, pueden concitar un consenso popular que neutralice de paso a las contra-élites que amenazan su poder, polarizando a las masas contra el enemigo exterior o interior con la seguridad de que ello aumentará su control social.
El síndrome del mayoritario, que se asemeja y a veces se confunde con el síndrome racista, combina siempre el uso funcional y hostil de los estereotipos hacia las minorías con la falsa protección. El racista, que reivindica para sí la integridad de la condición humana y se considera por ello carente de raza, pone bajo sospecha a los "otros", cuya pertenencia a su raza justifica su situación de subordinación y dependencia. La Santa Inquisición pone bajo sospecha a los excluidos del universo de la salvación, por muy conversos que sean. En el siglo XX, los estalinistas ponen bajo sospecha a los comunistas y anarquistas que divergen de las directrices del camarada-líder, los nazis ponen bajo sospecha a las razas malditas o inferiores, judíos y gitanos, y a las heces de la sociedad, comunistas y homosexuales; los sionistas ponen a su vez bajo sospecha a los palestinos...
En cada conflicto creador de jerarquías, los dominantes, detentadores del pensamiento políticamente correcto, ponen bajo sospecha a quienes sufren sus consecuencias; las razones de la sospecha son, pues, ajenas a los sospechosos, pues se originan en las pulsiones agresivas de quienes la proyectan sobre ellos. Para entender la génesis de los mecanismos de la sospecha es por tanto necesario conocer el discurso de los dominantes.
En el conflicto que nos ocupa a los vascos este es diáfano. El discurso de la derecha centralista española dice no creer en la existencia de conflicto alguno, ni ve ninguna necesidad de un proceso de paz. Admite que ETA ha abandonado definitivamente la violencia, lo que ha permitido la relegalización de la izquierda abertzale; pero lo ha hecho porque ha sido derrotada. Debe someterse pues a la ley de los vencedores y vencidos.
En materia de presos, el Gobierno Rajoy, que comparte este discurso, mira en dirección a las asociaciones de víctimas del terrorismo y a su extrema derecha, de donde puede venirles una escisión; nunca hacia la sociedad vasca ni su gobierno. Su estrategia es mantener la excepcionalidad represiva mientras ETA no se disuelva; pero aún en este caso asegura que garantizará el cumplimiento íntegro de las penas. La dulcificación de estas, siempre que se den las tres condiciones del reconocimiento del daño causado, el desarme, y la aceptación de medidas individuales y no colectivas en materia de reinserción de presos, son propuestas procedentes de sectores bienintencionados del PSOE, nunca del PP. Es este, y no otro, el principal factor que está impidiendo la marcha de la sociedad vasca hacia la paz y la convivencia.
De la divergencia con el Pacto Antiterrorista PP-PSOE derivó, en los años de Arzalluz e Ibarretxe, la puesta permanente bajo sospecha del nacionalismo vasco en su conjunto. Hoy en día, de la contestación total del discurso del PP por la izquierda abertzale deriva la puesta bajo sospecha de parte de sus organizaciones legalizadas y de sus representantes. Los ejemplos abundan. Uno es la apertura de diligencias por las declaraciones de Laura Mintegi en el pleno del 14 de marzo del Parlamento Vasco, las cuales no constituyen, ni textualmente ni en su intención, todo lo contrario, ofensa alguna hacia las víctimas. Otro, el escándalo suscitado por las declaraciones de Patxi Zabaleta, pacifista convencido, como tantos otros en la izquierda soberanista, con sus declaraciones de sentido común sobre ETA y el GAL, cuando distingue de modo analítico y no apologético entre las motivaciones crematísticas de unos y las basadas en ideas políticas de otros.