Si su majestad se tomase la molestia de leer las encuestas posiblemente llegase a la conclusión que lo apropiado sería abdicar cuanto antes en su hijo el príncipe Felipe, para garantizar, entre otras razones, la continuidad de la Monarquía. Quizá sus asesores le oculten esta información para no originarle más disgustos, pero en el fondo y entre ellos, habrán abordado el tema para comentar que el reinado de Don Juan Carlos está tocando a su fin.
Tal opinión, a la vista de los resultados del citado del sondeo, podría afirmarse que coincide mayoritariamente con la de la sociedad española, que normalmente no juzga arbitrariamente, sino en base a sólidos razonamientos, a tenor de los últimos sucesos acaecidos en la institución monárquica, comenzando por los protagonizados por el propio jefe de la Casa Real. La valoración del rey ha caído 26 puntos con respecto al año anterior. Que cada ciudadano lo interprete como mejor entienda pero los números cantan. Este mismo descenso en el Príncipe solo ha sido de 6 puntos. Es un error considerar el descrédito real por efecto de la crisis, que recae directamente sobre el presidente del Gobierno y sus ministros.
Que el Rey pidiese perdón públicamente por su aventura cinegética en Botsuana, en el fondo a sus súbditos no les pareció ni bien ni mal, de no ser por la gran publicidad que se le dio a la cacería y sus circunstancias, incluso en las llamadas revistas del corazón; simplemente se limitaron a aceptarlo y punto. Mención aparte merece la desafortunada historia del caso Urdangarin , jocosamente bautizado con el apelativo de Hurtangarin, con repercusión directa en su esposa, la Infanta Doña Cristina, presuntamente implicada en las aventuras financieras de su marido. ¿Es que el monarca no ha percibido estos cambios o prefiere ignorarlo y mirar para otro lado? Sencillamente incomprensible.