No le gustaba mucho a Fidalgo bajar a Bilbao. En realidad se encontraba mucho más a gusto en Trapagaran, La Arboleda o en cualquier pequeño rincón de la Zona Minera o de las Encartaciones, dedicado a aquello que más le gustaba: pintar.
Solía hacerlo -bajar a Bilbao- cuando un acto ineludible le requería, bien para visitar la exposición de algún pintor amigo o cuando ciertos acontecimientos culturales requerían su presencia, como las inauguraciones en el Museo de Bellas Artes o en el Guggenheim.
No frecuentaba mucho los círculos sociales, era de un carácter tímido y modesto y cuando los galeristas le preguntaban por su pintura, con interés para que la expusiera en su mercado, siempre se escapaba con evasivas. Prefería vender la obra en casa, porque de esa manera el cliente se llevaba un mejor precio y se convertía en amigo.
Ahora, cuando va a hacer dos años de su triste fallecimiento, he acudido a la inexcusable cita con unos compañeros que lo fueron desde su juventud y que nunca dejaron de serlo. Con Acebal y Maidagan se inició en la Asociación Artística Vizcaína, de Olartua aprendió el manejo de la espátula y de Largatxa casi todo, según decía él. Con Ibarrola y Mari Dapena se hizo bohemio, recorrió mundo y llegó hasta Madrid, que entonces estaba lejos, donde trabajó con Oteiza y con Menchu Gal. De su estancia en el Baztan, en la mili, guarda la amistad con Apezetxea y Ana Marín. Y de Ergüin, Barceló, Ariño, Toja y Murga fue amigo siempre.
Esta exposición en Bilbao es el acto más importante para la vida y obra de Ismael Fidalgo, porque ha sido el eslabón que ha hecho posible unir a una generación de artistas fundamental para entender el arte en Bizkaia y ha tenido que ser en torno a su figura como se ha llevado a efecto y el motivo principal de su reconocimiento es que Ismael siempre se llevó bien con todos sus compañeros, siempre que se ha hablado de él se le ha considerado como pintor honrado. Honrado con su pintura y con su vida.
Para llevar a cabo esta exposición en la sala de las Juntas Generales, ha sido necesaria la colaboración fundamental de Xabier Sáenz de Gorbea, que siempre estuvo cerca de Ismael y de Javier Barrio que desde su atalaya del Museo de las Encartaciones ha sabido entender la figura de Fidalgo como nadie y rescatarla para siempre... Y es que todos los que le conocimos llevaremos siempre una pincelada suya en el corazón.