Al igual que Baltasar Gracián, yo también creo que el mundo que nos envuelve puede ser un espacio engañoso en el que prevalecen las apariencias frente a la virtud y la verdad. Leo una noticia que redacta así: "El 15% de la población alemana vive en el umbral de la pobreza". Entre otras muchas excelencias atribuidas al país sajón, ¿no es este la cuarta potencia económica mundial? ¿No es uno de los socios europeos que menos desempleo tiene, además de una exitosa integración laboral para jóvenes menores de 25 años? ¿No son las marcas automovilísticas teutonas de las mejores del mundo? ¿No es Fráncfort el Wall Street europeo? ¿No están en Colonia y Hamburgo las factorías desde las cuales salen los Airbus? Pues ahora resulta que de 82,5 millones de alemanes más de 12 no llegan a fin de mes.

No quiero ir más allá de lo que en un espacio tan corto como este conviene, pero me gustaría recordar que cuando el Telón de Acero dividía a la vieja Europa en dos modelos sociopolíticos antagónicos, en el escenario Occidental actuaba un capitalismo humanista que mejoraba las condiciones de vida para su ciudadanía en relación con el progreso conseguido. Pocas décadas hicieron falta para que ante una propaganda así el modelo comunista se extinguiera sin pena ni gloria.

Apenas han pasado dos décadas más y este capitalismo renovado no solo ha abandonado aquel humanismo que propiciaba una sociedad más justa y equitativa, sino que se ha convertido en la quinta esencia de la especulación financiera y de los grandes beneficios a corto plazo con la connivencia de la Banca Oscura y el apoyo burocrático de tecnócratas de guante blanco y de politicastros sin oficio ni beneficio. Ya no hace falta una sociedad del bienestar para convencer a los otros de que el modelo capitalista es el mejor. ¡Porque ya no hay otros! Qué razón tenía el ínclito conceptista del siglo de oro español cuando decía aquello de que: "Es tan difícil decir la verdad como ocultarla".