A los que el pabellón de neonatos del Hospital de Basurto nos enseñó la naturaleza del término prematuro se nos permite aprovecharlo para encontrar algunas explicaciones que sirvan para interpretar el preocupante cambio experimentado por el Athletic desde que tocara techo en Manchester.

Todos tendrán parte de culpa en el retroceso. Debería ser proporcional a la cifra que figura en el contrato de cada uno de ellos, aunque este rasero no siempre sea justo. El primero que debe hacerse responsable, y a fe que lo hace, es el entrenador, que decide en cada contienda quién juega y quién espera su turno. Después podemos analizar la labor de los futbolistas, su estado de forma, la actitud, el acierto y hasta si son o no los mejores para cada partido. Incluso podemos meternos con el papel de la prensa, tan comprometida cuando hay que sumar como cuando interesa más revolver el patio.

Hasta ahí, de acuerdo. Juzgamos lo que vemos cada domingo pero desconocemos el resto de factores que pueden estar detrás del desplome. No quiero creer que haya un complot que justifique el mal momento y, como los considero los profesionales que merecen portar la camiseta que sudan cada semana, me resisto a pensar que todo se simplifique en un boicot a la pizarra que pretenda devolver al incómodo Bielsa a su Rosario natal.

Lo que me convence más es otro argumento más razonable. La bisoñez, el carácter prematuro de una plantilla insultantemente joven que, además de gestionar el ego, tiene que ser capaz de convivir en un mundo que vive desde la perspectiva de una clase privilegiada, ajena a otras realidades paralelas y en el que obviamente no todo es lo que parece.

Están los malos amigos, esos que no serán sinceros para no alejarse de la fuente que inspiró su amistad. Porque es demasiado frecuente encontrar oportunismo alrededor del maná que suele rodear a un deportista vip. Creo que tampoco es del todo real el éxito que se desprende de su proyección mediática y hasta la devoción transmitida por los aficionados, una relación que suele ser demasiado efímera como para que se suba a la cabeza.

Tiene que ser muy difícil permanecer impertérrito a las tentaciones teniendo todo lo inimaginable al alcance de la mano. La edad no determina la madurez, pero es comprensible perder el norte y confundir la realidad si con apenas 20 años eres jugador del Athletic.

Imagínense a ustedes mismos a esa edad siendo millonarios prematuros. Te compras un coche de gama alta, vistes ropa exclusiva, y te aclama la hinchada con la misma intensidad con la que se afanan con la brocha y el rímel la legión de estupendas rubias que pretenden que les estampes un autógrafo personalizado en los puntos más insospechados de su geografía. Eso tiene que despistar hasta al más racional. Si un futbolista de primer nivel quiere evitar estrellarse, hace falta mucha cabeza para gestionar el trampolín hacia el estrellato.

Con la ola a favor se plantean el fútbol como una pura diversión. Son niños en cuerpos de adulto que quieren jugar y pasarlo bien. De hecho, esa fantasía con el balón, libre de toda presión y justificada en la propia juventud, es lo que nos hizo vibrar como nunca el año pasado. El problema surge cuando llega la hora de la verdad y en puertas de una final europea se dan cuenta de la enorme responsabilidad que tiene su trabajo. Entonces se les vino el mundo encima. Ver a todo un pueblo esperando que estuvieran a la altura de las expectativas en el momento cumbre fue un insoportable baño de realidad, el primer compromiso serio de sus cómodas vidas. Les entró el vértigo al verse obligados a ganar para no frustrar a los aficionados. Creo que todavía no se han recuperado de la decepción. Ya no salen a divertirse, acostumbrados prematuramente a ganar están esforzándose en aprender a no perder. La vida es tan buena maestra que si no asimilas una lección te la repite. Por eso es recomendable que sean humildes para admitir sus errores, inteligentes para aprender de ellos y maduros para corregirlos. Los buenos momentos se convierten en buenos recuerdos; los malos, en buenas lecciones. El equipo tiene talento y ha demostrado saber jugar, falta recuperar la confianza y tener un poco más de suerte. La esperanza es un anticipo de la felicidad.