La entrevista imposible
No sé cuándo Patxi López pasó de ser un dirigente socialista respetado y respetable a ser un lehendakari que solo respondía a los que le dijeran que era estupendo. Desconozco el momento exacto, pero tuvo que ser entre perder las elecciones y mudarse a Ajuria Enea. Suena absurdo, pero es así: nos ha gobernado un lehendakari que achicó el terreno de juego y ni por esas cubrió la banda. Por afinar, y siendo generosos: no le votó ni uno de cada cinco censados.
La última vez que le entrevisté fue en Radio Euskadi, durante la campaña electoral. Recuerdo que llegó como le conocía hasta entones, simpático, campechano, como dicen que es el rey español… y después, perdidas las elecciones y amarrado el poder mediante el pacto que dijo que no iba a firmar, se sintió liberado de no atender a nuestros requerimientos de entrevista. Ni en la radio pública, a la que despreció hasta que la moldeó a su antojo, ni en la radio privada que hoy se ha convertido, en tiempo récord, en la tercera radio más escuchada de Euskadi.
La primera pregunta que le haría a López tiene que ver precisamente con esa actitud: ¿No se siente obligado a acudir a los medios de comunicación aunque su línea editorial no coincida con su ideología? ¿Qué respeto puede exigir quien no tiene respeto por los ciudadanos que no piensan como él?
El desprecio de López hacia los medios de comunicación que no le han bailado el agua durante este trienio ha sido una constante de su mandato. Y no hay peor consejo que tener a unos palmeros alrededor animando a ahondar en ese castigo al disidente.
Su comportamiento, también en este campo, ha sido indigno del cargo que ha detentado. (RAE. Detentar: 1. Retener y ejercer ilegítimamente algún poder o cargo público. 2. Dicho de una persona: Retener lo que manifiestamente no le pertenece).
El cóctel de poca legitimad y mucho poder es explosivo. Desde luego que le hubiera realizado otra pregunta que al parecer ningún periodista le ha planteado en estos tres últimos años y medio ¿Cree normal que alguien gobierne con tan escaso apoyo popular como quedó demostrado en las urnas? ¿Tanta era su ansiedad por gobernar que no dudó en engañar a la ciudadanía? ¿No ha habido ningún socialista de verdad que le haya reprochado su pacto con la derecha?
Estamos a las puertas de que tengamos, por segunda vez, una fiesta de obligado cumplimiento, que es evidente que la ciudadanía no aprecia: el 25-O, más conocido popularmente como San Patxi. Este sea quizás uno de los mejores ejemplos de que López ha impuesto, desde su minoría social y su artificial mayoría parlamentaria, su peculiar visión del país. ¿Era necesaria esta fiesta, lehendakari? ¿No era más lógica, habida cuenta de la división que genera, dejar las cosas como estaban? La cosa no empezó bien con esta ofensiva identitaria que se llevó letras góticas, mapas del tiempo, escudos y uniformes, etc. Pero siguió peor, porque López decidió atado al PP aparcar aquella promesa de la que ya nadie se acuerda de reformar el Estatuto. Señor López, ¿por qué dejó pasar la oportunidad de buscar un nuevo consenso estatutario para aumentar el autogobierno vasco? ¿Qué fue de aquella promesa? ¿Por qué amagó una mañana de viernes con abrir un debate que cerró después de comer?
Y no podrían faltar muchas preguntas relativas a la deuda que nos ha dejado a todos y cada uno de nosotros, ese dinero de todos que él ha comprometido de manera irresponsable.
¿Puede decirme, señor López, en qué se ha ido tanto dinero si no ha invertido y a la vez ha recortado? ¿Por qué ha engordado la Administración creando cargos que no existían? La lista de preguntas sería muy larga, pero casi todas se resumen en una: ¿De verdad le ha importado alguna vez Euskadi y quienes vivimos en este país? Agur López, agur.