Durante la recepción que Mariano Rajoy ofreció a la expedición de deportistas paraolímpicos que representarán al Estado español en Londres, el máximo representante del Comité Paraolímpico Español además de miembro de la ONCE, Miguel Carballeda, comentó en tono de broma que "vamos a luchar y a defender los colores de España con la roja coja", expresión esta última que fue mal encajada por parte del auditorio y de los deportistas allí congregados.

Yo comprendo que algunas personas no lleven bien los distintos problemas con los que la vida nos demuestra que es mejor no existir y que estén a la que salta para transmitir a los demás todo el dolor y sufrimiento que su particular situación les genera para que nos compadezcamos de ellos. Ante este tipo de personas es mejor no contar chistes en los que la gracia aparezca relacionada con cualquier problema físico o mental, nada pues sobre locos ni gangosos; tampoco conviene mencionar frases hechas del estilo ¿estás sordo?, ni refranes como se pilla antes al mentiroso que al cojo. Mucho menos decir coloquialmente ¡hasta la vista! delante de un ciego, ni preguntar ¿cómo andas? a un paralítico... Porque todo ello es susceptible de ser considerado de mal gusto y motivo de dimisión de hacerse en público y ante las cámaras en un país donde aunque la población aumente, la inteligencia permanece constante y, por consiguiente, o nos toca a menos o cada vez menos participan del humor, habida cuenta lo relacionadas que están ambas variables del humor y la inteligencia se entiende quien lo entienda.

La ocurrencia de Carballeda -a mí particularmente me ha gustado- creo que se ha atrevido a realizarla en público porque este hombre proviene de una organización donde la inteligencia y el humor sobresalen a raudales, a la ONCE me refiero, donde sus miembros, entre los que me cuento, hacemos bromas de continuo sobre nuestra situación cegata; a mí mismo, sin ir más lejos, me gusta que me llamen señor Topo.

Así, mal acostumbrado a vencer la cotidiana desgracia a base de buen humor y llamar a las cosas por su nombre -ciegos porque somos ciegos, nada de invidentes o minusválidos visuales y demás artificios lingüísticos con los que os regodeáis la muchedumbre-, este buen hombre se ha atrevido a hablar con naturalidad y gracia en un mundo de disminuidos humorísticos, de gente inválida risal, personas verdaderamente desgraciadas que no ven la diferencia entre el drama de sus vidas y la tragedia con la que la viven.

En cualquier caso, como diría Quevedo, que sea la roja la que entre rosa y clavel escoja.