¿Neoliberalismo o caos?
La familia española (como, por otra parte, podríamos decir de la griega, la irlandesa, la portuguesa o la italiana) estaba siendo víctima de otro descalabro olímpico, víctima de lo que parecía ser el fuego cruzado de intereses económicos al más alto nivel, o sea, de una situación de contienda económica global; víctima, pues, de la élite de ideólogos que repartidos por todo el orbe y desde puestos estratégicos sostenía este entramado titulado neoliberalismo o caos; de estos expertos en ingeniería social y económica que quizás lo estaba haciendo -utilizando el argot de nuestra diputada olímpica del PP- "jodidamente mal". No sabíamos si los partidos políticos que accedían al poder alternativamente en las naciones de Europa más castigadas por la prima de riesgo contaban con suficiente margen de maniobra para hacer de contrapeso ideológico y práctico a esta grave situación o si contaban con tan poco que acaban actuando de correas de transmisión de la élite, ofreciendo su colaboración aquiescente, obediente y eficaz a este estado de cosas.
A partir de esta situación, se creaba una desconfianza muy generalizada hacia los partidos políticos. Los presupuestos generales estaban condicionados por entes superiores, ajenos y lejanos al interés general de la ciudadanía. La oposición al partido o coalición en el poder era prácticamente nula, ya que, excepto en minúsculos apartados presupuestarios que apoyaran a los más desfavorecidos y en decisiones éticas y legales que apoyaran a las minorías, no se esperaba de ella propuesta alguna que diera carta cabal al posibilismo que alejara mayoritariamente a la ciudadanía de nuestra condición actual de víctimas de este mítico lobo ya denominado capitalismo feroz. A esto se unía un creciente descrédito por la mal llamada clase política. Y en fin, el sistema democrático en su conjunto perdía energía, se debilitaba de una manera preocupante, como contagiado de este endeudamiento general de criterios de actuación.