SIETE meses en el poder, un Sr. Rajoy envejecido al frente de un Gobierno desarbolado, confiando todavía -y puede que tenga razón- en esas soluciones que le impone una UE germanizada. Medidas salvajes para unos, inevitables para otros, que, por ahora, solo han servido para agravar los problemas que pretendían resolver. Tiempos de angustia, en una crisis de la que el hombre de la calle ignorará por qué ha empezado, y los sabios no se atreven ya a pronosticar cuándo y cómo y por qué va a terminar. Una crisis que, en este país de extremos, puede terminar en revolución, en medidas drásticas, que desde los tiempos de la Pepa no han servido para nada. Si no es para preparar la siguiente revolución, con cambio de maquillaje a esa Pepa que nunca dejará de ser la Pepa calamitosa de siempre, porque siempre ha ignorado la realidad humana de la península. Siempre revolución y nunca evolución. Todo de golpe; nunca paso a paso y al final nada.

Durante la Segunda República, la de las buenas intenciones, la del orden que terminó en anarquía, los de la derecha hablaban del peligro rojo, el del comunismo ateo, el que, además de acabar con Dios, daría al traste con ese concepto de la unidad de España que desde in illo tempore no ha pasado de ser un ordeno y mando desde Madrid de unas castas de distintos colores e intereses y todo el mundo firmes. Antes roja que rota era un eslogan centralista a ultranza, que convenía tanto a la derecha como a la izquierda. Las amenazas omnipresentes. La del comunismo, ciertamente, pero también, como diría Maritain, la amenaza roja de los cardenales italianos unida a la de sus congéneres españoles. La vuelta a la Inquisición y a modelos sociales indefendibles. Resultado, una guerra civil abominable, un Pío XII bendiciendo a un Franco ascendido a Caudillo por la Gracia de Dios, ¿de qué Dios?, promoviendo un nacional catolicismo que, en último grado, ha terminado por arrasar la comunidad cristiana. Realmente no sabemos si estamos asistiendo a la desintegración del Estado nacido de la Transición o si se están tomando medidas para una vuelta soterrada a modelos de otros tiempos que causan horror?

Los vascos, sentados ante nuestra puerta, contemplamos con algo de asombro, algo de ironía y mucha preocupación, la degradación progresiva del teatro político de Madrid. Autonomías en quiebra, que se rebelan contra el poder central sin por eso dejar de exigirle unas ayudas económicas que no está en condiciones de prestarles? Líderes sindicales que se dirigen al Rey, ignorando olímpicamente al Sr. Rajoy, para manifestarle su oposición a un rescate que supondría un sacrificio insoportable para las clases trabajadoras. Recordando de paso al soberano que de su ya vacilante soberanía poco o nada había de quedar?

Realmente parece que lo único que puede hacer el jefe del Gobierno es, poniéndose de rodillas ante Bruselas, intentar conseguir unas condiciones de rescate que no helenicen el problema español. Que una cosa es la pobreza, que se puede soportar, y otra la miseria, insoportable por definición. Y otro episodio más, el de ese singular Programa de Defensa, que propugna un Estado fuerte con unas fuerzas armadas anémicas, que justificarían su existencia defendiendo las indefendibles plazas de Ceuta y de Melilla y el conjunto del territorio peninsular frente a amenazas que no se detallan. Poca cosa.

Probablemente se estará pensando en un Ejército profesional reducido cuya misión principal consistiría en evitar una desintegración del actual Estado español, siempre posible como consecuencia de la crisis y de la fuerza creciente y tan contagiosa de los independentismos vasco-catalanes y de cierto ambiente de sálvese quien pueda que se empieza a percibir. Las tensiones que este programa puede provocar en el estamento militar, acostumbrado desde años a ser parte activa de esa OTAN supranacional, parecen evidentes. No se puede decir que las declaraciones del jefe de Estado Mayor del Ejército estén en estricta armonía con las del jefe del Gobierno. Afirma que el Ejército aceptará todos los sacrificios que sean necesarios, sin aclarar quién determina la cuantía de lo necesario. Anuncia que mantendrá al Gobierno constantemente informado de las consecuencias de su política sobre las Fuerzas Armadas y sobre su credibilidad a nivel operativo. Unos informes que bien pueden ser exigencias imperativas en temas como la preservación de las capacidades críticas necesarias para poder recuperar el potencial perdido. Aviso a navegantes. Un panorama preocupante para nosotros, que somos el pueblo vasco. Hay que decirlo, hay que machacarlo una y otra vez, nosotros no somos una de esas autonomías en bancarrota a merced del Gobierno español. A nivel exterior nosotros no protestamos ni pedimos. Batallamos por no vernos arrastrados a un abismo que no hemos contribuido a crear, sino todo lo contrario. A nivel interior, de protestar protestamos contra nosotros mismos. Es a la ciudadanía abertzale, a esa mayoría contundente del País, a la que corresponde analizar y criticar lo que no se ha hecho cuando se debía haber hecho. Reconociendo siempre la grandeza redentora de lo que se ha acometido y de lo que se ha conseguido. La que marca con claridad los caminos del futuro. De ahí la importancia de las próximas elecciones, que adquieren cierto carácter de solemnidad. Con un Gobierno central, que intentará una vez más adulterarlas, trapicheando con el censo electoral vasco, intentando ilegalizar, in extremis, formaciones abertzales clave, repetir la hazaña de ese Gobierno López, el Gobierno de la inutilidad, del que bien se podría pensar que está haciendo lo necesario para debilitar nuestra capacidad de reacción frente a la crisis, forzándonos a pedir un rescate a Madrid, a costa de nuestra existencia como Pueblo.

A priori son dos los candidatos con posibilidades de éxito, excluyendo combinaciones a la italiana. Ambos abertzales. Ambos defensores de este Pueblo. Ambos decididos a batallar por su independencia.

Por una parte, Iñigo Urkullu, que quizás se pueda colocar a la izquierda de ese centro derecha que es el PNV. Un hombre que está adquiriendo prestigio, carisma y autoridad, a medida que se va dando a conocer. Que cuenta con el apoyo sin fisuras de su Partido y de esa masa ciudadana sensata que con el corazón en la mano da su voto a la sensatez. La que Urkullu personifica. Y frente a él, Laura Mintegi. Una persona respetable y capacitada, situada más bien a la derecha de la izquierda abertzale. Revolucionaria, pero según sus palabras, en el sentido etimológico de la palabra, es decir, razonablemente moderada. Una actitud que, sin duda, se vería neutralizada por la radicalidad poco eficaz, imperante hoy por hoy en la izquierda abertzale. Una candidatura la suya, más de apoyo crítico y condicionado que de liderazgo. Por el bien de la Nación?.