UNA mirada superficial a la actual situación mundial nos sitúa, de inmediato, en un marco social convulso a la par que impregnado de crispación y belicosidad. Pero una mirada crítica a esta coyuntura nos indica, además, que la inquietud más temerosa a la que se enfrenta cualquier poder, y en este sentido es igual que sea público o privado, no es otra que lo incontrolado. Rebeldes contra oficialistas. Esa es la debilidad del poder. Esa es la brecha que hay que aprovechar, para que su diadema no sea despótica. Ningún poder tiene que ser absoluto; ni el económico, como lo es ahora, ni el legislativo en ningún país. Por otro lado, esta circunstancia no es novedosa en el devenir histórico.
El poder siempre ha dispuesto el funcionamiento de su mecánica para obtener el máximo rendimiento de su autoridad. Sus recursos se van adaptando con este único objetivo, a través de las debilidades humanas: nuestra demanda de vicios privados. Por lo tanto, no es descabellado decir que el poder pertenece al ser humano, comportándose tan egoístamente porque nosotros le concedemos ese privilegio. Nos domina porque se aprovecha de nuestra incapacidad solidaria, de la ausencia, cada vez más permanente, de una conciencia que redistribuya públicamente unos beneficios, no nos olvidemos, que también nos pertenecen. El mismo anuncio que ya hizo Mandeville a principios del siglo XVIII "Vicios privados, públicos beneficios", puede trasladarse a la actualidad sin sufrir ninguna transformación. Entonces el liberalismo clásico se encargaba de convertir en orden, "en su orden", el caos social existente, alimentando al capitalismo. Hoy, trescientos años después, mantenemos el orden capitalista y el caos social no se ha superado. El liberalismo y el capitalismo se han convertido en "neos", han mutado. Pero el poder es el mismo, se mantiene. Algunos intérpretes de Mandeville han apuntado que lo que hizo entonces este ideólogo, fue una crítica de la hipocresía que prontamente se había instalado en la naciente sociedad burguesa y a la inmoralidad que ya llevaba en su seno. Creo que su visión era acertada entonces, de la misma manera que su aplicación es correcta hoy, por varios motivos que voy a intentar reflejar.
En su camaleónica supervivencia, cual ave Fénix, el poder ha contado siempre con marionetas que han actuado dentro del protocolo proyectado en su guion vital. Hoy, el disfraz del poder se identifica con la economía, junto con los actores que desarrollan su obra. Y estos no son otros que los políticos que actúan en nombre de esta farsa del concepto político. Esta es una de las claves del poder: necesita representantes. Por eso, cualquier sistema político aspirante a poseer la letra del poder absoluto, necesita buscar en la sociedad a los dispuestos para este fin predeterminado. Para esto necesita separar la paja del grano. Como decíamos al principio, el poder necesita el control para que sus decisiones no sean cuestionadas al margen de su vigilancia. Y es este afán de dominación lo que le aproxima a conseguirlo a cualquier precio, incluida la corrupción, la extorsión y el gansterismo, si hacen falta. De forma, que lo primero que precisa es una organización que actúe en su nombre, léanse aquí los partidos políticos, y por consiguiente unos organizadores, los políticos, que materialicen sus premisas con prontitud -lo que a la postre les convierte en la élite de ese poder, germen inmediato de otra corrupción-. Una vez aquí, la poderosa estructura de poder creada, demanda, con urgencia, un sistema defensivo que le proteja. Para conseguir este fin, se rodea de los cuerpos de seguridad del Estado. Es entonces, consentida la coerción estatal, y una vez consolidado y legislado el poder deseado, cuando nos encontramos con otra premisa del poder: buscar un culpable, que le conceda y justifique la utilización de su fuerza. Es por eso, cuando todo movimiento, protesta, desacuerdo o crítica contra su dominio, es considerado perjudicial y desestabilizador para su desarrollo. De manera, que todos los elementos que participan en esa disconformidad pasan a engrosar lo que ellos denominan "gente peligrosa".
Una vez aquí, nos deberíamos de parar. ¿Quién es más peligroso, los vicios privados de los actores que se han vendido al poder, y el poder mismo, o los que reclaman que los beneficios se redistribuyan públicamente, cuando se recortan los derechos a los menos afortunados por la vida?
Al hilo de lo hasta aquí expuesto, pero dando un giro al argumento, por suerte, y pese a todo, no cabe duda tampoco que, mirando con atención la actualidad, a estos actores elitistas que disfrutan del poder actual, e incluso a la misma concepción del poder, les están creciendo disconformidades. Contrariedades que cada vez controlan menos dentro de una sociedad, que creían anestesiada a través de la concesión de unas migajas económicas de bienestar, que ahora nos piden que devolvamos con intereses. Nos dicen que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades. Pero no nos dicen que ha sido el poder financiero el que nos ha arrastrado a esta burbuja económica, a través del engaño: acciones preferenciales, créditos y viajes baratos, por ejemplo. Nos han narcotizado a través del consumo y del materialismo, haciéndonos creer que éramos actores de su representación, para que olvidáramos a los que pasan hambre en el mundo, a los que tienen que desplazarse para conseguir dignidad, a los que combaten contra los colonialismos de explotación económica, a los depredadores de fortunas por medio de la guerra. En definitiva, que cumpliésemos el guion de los vicios privados olvidándonos de los públicos beneficios. En este país, nos han llenado la cabeza de pájaros haciéndonos olvidar de donde procedemos y la sangre que se ha derramado en este suelo durante siglos, para conseguir algún derecho, para que la oligarquía y la plutocracia se acobardaran en sus propósitos. Ahora, otra vez, se les ha pasado el miedo. Ya vuelven los fantasmas a asomarse por los precipicios del egoísmo.
Es insultante que los políticos, para apaciguar al poder que les ha subido a su pedestal, recorten los derechos fundamentales de la sociedad, rebajen los sueldos de los trabajadores y suban los impuestos indirectos; es ofensivo que se olviden de los más necesitados, e incluso se reafirmen en una amnistía fiscal que beneficie a los que más poseen - a los de siempre-. Pero la desfachatez de este sistema llega al máximo cuando los granujas de guante blanco ahora dicen que se rebajan los sueldos, que trabajan cuando deberían estar de baja, que ha llegado la hora de que entre todos podemos y, nos insinúan, que los que tienen trabajo tienen que estar agradecidos porque no se lo quitan. Si toda esta trama de la intervención, de los rescates, de la prima de riesgo, de los especuladores bursátiles tuviese algo de cierto, sus representantes no tendrían que implorar lastimeramente que les creamos. No demandarían fe ciega para que aceptemos sus propuestas de austeridad, para todos menos para ellos. Porque si fuese verdad todos veríamos la luz al final del túnel. Lo que no es así. Recortan derechos y cada vez hay más paro. Suben los precios y cada vez hay más pobreza. ¿Qué sentido tiene seguir por este camino? ¿Tan ignorantes nos hemos vuelto que nos sometemos sin sonrojo y sin protesta a sus caprichos?
Nos han hecho creer que disponemos de capital suficiente para vivir a todo tren. Este poder que, cuando protestamos, nos incrimina con la coletilla de "gente peligrosa" ha diseñado una fábula individual para cada uno de nosotros que nos acercaba al paraíso de los privilegios terrenales fundados en la codicia y las mentiras de los ricos. Lo que evidentemente es falso. Empecemos por no aceptar el poder del mercado, y de obedecer al dictado de los privilegios. Dejemos de actuar cada cuatro años en la farsa de las votaciones. Rechacemos este sistema de privilegios creando una sociedad más equitativa y, desde luego, mucho más alegre. Seamos gente peligrosa, por lo menos, para que se den cuenta de sabemos lo que nos están haciendo. Seamos gente peligrosa para decirle al poder que no nos engaña, que nos estamos dejando engañar, hasta que digamos basta.