LA presidenta de Nafarroa, Yolanda Barcina, intenta cerrar una crisis de un gobierno que agonizaba desde hace más de una semana, cuando echó al PSN, con unos cambios que han debilitado aún más el perfil de su Ejecutivo. Han primado sus confianzas personales y su necesidad de que ninguna sombra de protagonismo la amenace, como ya ocurriera en Iruñea, sobre cualquier otra cosa. Incluso, al margen de UPN. Un gabinete cuya composición aumenta la sensación social de provisionalidad que acompaña desde hace tiempo a este Gobierno. En la nueva reestructuración, Lourdes Goicoechea aparece como la nueva persona de confianza al aglutinar como vicepresidenta las responsabilidades de Industria y Empleo que ya tenía y asumir el área clave de Economía y Hacienda que deja vacante el desplantado Miranda. Junto a Sánchez de Muniáin -también un colaborador cercano de Barcina desde el Ayuntamiento-, quien sigue de vicepresidente y portavoz, asume peso político el exparlamentario de UPN Javier Morrás, responsable de Presidencia. Con Marta Vera en Salud, son las claves del nuevo gabinete, una vez que el intento del jueves de algunos ex altos cargos socialistas en el fracasado gobierno de coalición de buscar una solución a la ruptura del pacto se demostrase inútil. En cuanto a las novedades, Esparza recupera Desarrollo Rural tras su paso por la Alcaldía de Aoiz con una herencia desoladora, la Dirección de Deportes como impulsor del inacabado pabellón Reyno de Navarra, la presidencia de Cederna, con una cuestionada gestión económica, y su actual puesto a dedo en el Servicio Navarro de Empleo. Y Luis Zarraluqui, que regresa al Gobierno tras su anterior paso en los años 90 por la dirección general de Vivienda, de donde salió apresuradamente -y con dudas sobre el cumplimiento entonces de la Ley de Incompatibilidades-, para ser designado director de una constructora de VPO con la que había trabajado en su cargo político. Completa el Gobierno Jesús Pegenaute, quien accede a la castigada consejería de Política Social desde CAN, de donde tuvo una salida cuando menos no clara. Una reestructuración apresurada que no evita a Barcina el deber democrático y ético de someter su Gobierno a una cuestión de confianza en el Parlamento navarro tras romper con el PSN que le sostenía y que los votos de UPN quedan lejos de la mayoría de la Cámara.
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