El 'caso Atutxa' también espera justicia
EL Tribunal Constitucional ha decido legalizar Sortu y revocar por segunda vez el disparatado criterio de acogerse al derecho de autor, el todo es ETA y la presunción de culpabilidad para dejar fuera de juego opciones políticas, mandar a prisión a algunos de sus representantes y alterar de paso las mayorías institucionales del país. Con esta sentencia en la mano, algunos de los inquilinos de la cárcel de Logroño deberían estar en su casa. Se corrige así una de tantas injusticias cometidas en estos años en nombre de la lucha antiterrorista.
Pero quedan otras igual o más sangrantes. Porque certifican que la justicia, en España, dista mucho de ser un poder independiente. Porque recuerdan los daños que ha producido en la democracia el pensamiento único con el que se pretendió mezclar con la violencia a todos los que pensamos y sentimos la nación vasca. Y porque demuestra que no hay dos sino tres clases de víctimas del terrorismo: las de primera clase, personas que congresean en business y jalean las tesis más extremistas del PP; las de segunda clase que siguen reclamando sus derechos y han sido expulsadas del Olimpo por políticamente dudosas; y las de tercera. Entre ellas está Juan Mari Atutxa, que sigue escoltado, ha sufrido más de una docena de intentos de asesinato, ha contribuido a la paz y normalización de Euskadi como el que más y comparte su intachable trayectoria personal y democrática con la ignominia de haber sido condenado por la justicia española y la opinión publicada por "colaborar con ETA".
Hace ya más de tres años que el Tribunal Constitucional admitió a trámite el recurso de amparo presentado por Juan Mari Atutxa, Kontxi Bilbao y Gorka Knörr contra la sentencia del Tribunal Supremo que condenó al primero a 18 meses de inhabilitación y a 12 meses a sus compañeros en la mesa del Parlamento Vasco por un inexistente delito de desobediencia. Este asunto también está pendiente. Espero que con el mismo entusiasmo e intensidad que se ha reclamado la sentencia sobre Sortu se exija ahora una solución para esta triste secuela de la misma Ley de Partidos.
La condena se construyó sobre la nada con el único objetivo de erosionar el Parlamento Vasco, la representación más genuina de nuestra ciudadanía, en un momento en que se temían las mayorías que albergaba y las decisiones que pudiese tomar.
Los hechos que acarrearon esta injusta condena los inició Baltasar Garzón que pretendió, en un auto vinculado a una instrucción penal, suspender las actividades de la Izquierda Abertzale (Batasuna), incluidas las de sus grupos parlamentarios, junteros, etc. La practica totalidad de los afectados le respondieron que era legalmente imposible. Por ello consultó al fiscal general del Estado cómo podía enfrentar penalmente lo que el consideraba una desobediencia a una instrucción judicial. Jesús Cardenal, que entonces ocupaba el cargo, ratificó que no había posibilidad legal alguna de disolver grupos parlamentarios y que constitucionalmente tal pretensión era una completa barbaridad. Apenas un año después, esta misma institución encabezaba una querella penal contra el Parlamento Vasco basada justamente en el criterio contrario.
Durante un par de años, la sala del 61 del Tribunal Supremo fue produciendo autos que sembraron primero sorpresa, luego hilaridad y finalmente preocupación en una larga lista de especialistas en derecho constitucional. Una alarma plenamente justificada si se tiene en cuenta que alguna de las órdenes firmadas por él y recibidas en el Parlamento Vasco pretendía obligar a promover una reforma de una ley y votar a favor de la misma bajo amenaza de procesamiento. Las malas lenguas insisten en que esta reinterpretación de la división de poderes pudiera estar conexa con el delito de prevaricación y contó con la inestimable colaboración teórico-práctica del equipo del entonces ministro de in-Justicia, José María Michavilla.
La intervención de los compañeros del ilustre Hernando, hoy en el Constitucional a petición del PP, en la causa judicial contra Atutxa y sus "cómplices" produjo los efectos esperados. Revocaron dos absoluciones del Tribunal Superior de Justicia del País Vasco, se basaron en la única acusación del sindicato fascista Manos Limpias para mantener el proceso y comunicaron la condena a estos tres representantes de la soberanía popular a través del telediario de la noche. Los medios se enteraron antes que los reos del fallo del tribunal, que se comunicó con la falta de respeto marca de la casa. El veredicto se decidió y redactó con una sospechosa celeridad que cuadra muy bien con el prejuicio y fatal con los tres años largos de profunda reflexión que lleva el Constitucional deliberando sobre el asunto.
Por eso mantengo que la indecencia caracterizó la actividad judicial en este caso y creo que así pasará a la historia. Pero esta historia dio la medida también de parte de la clase política, de los patéticos predicadores que constituyen un nada despreciable segmento de la intelectualidad y de no pocos medios y periodistas.
Los unos produjeron una munición triste e inconsistente llena de declaraciones grandilocuentes y basadas en la mentira y la manipulación; los intelectuales a la suya, trabajando la subvención, la poltronilla y los almuerzos a doblón en las mejores mesas madrileñas con el ministro mejor valorado; y la mayor parte de la prensa entre el miedo, la resignación y el sensacionalismo; alimentaron con esta atractiva historia del héroe convertido en el peor de los villanos el sector de su negociete vinculado a la guerra del norte.
Juan Mari lo pasó mal, sí. Pero no perdió ni el humor ni la sonrisa. Y mucho menos la dignidad, al contrario que muchos de los involucrados en esta vergüenza. Viví desde dentro todo este proceso. Me siento especialmente orgulloso de haberme implicado en él, de haber dedicado quince intensos años de mi vida a trabajar junto a Juan Mari. Por eso pido justicia aquí y ahora. Porque es inocente. Porque cumplió con su deber, porque cumplió la ley. Hoy, muchos años después y a mil kilómetros de distancia, sé que siempre está como en los años de plomo. A cualquier hora. Para echar una mano, dar un consejo, compartir una alegría, torear una tristeza o enrolarte en un nuevo proyecto. Porque es herrikoia, un admirable ser humano.