ESTE artículo contiene una reflexión y una petición. O, mejor, dos peticiones. Son incontables las personas que cada día, en los lugares más variados, cercanos o remotos del mundo, juegan al fútbol. Competiciones oficiales, colegios, patios y descampados… son territorio de ese deporte. Son muchas más las que ven los partidos en directo o por medio de la televisión. Y las que leen o escuchan las crónicas sobre ellos. Puede parecer que todo está dicho, que todo está visto y escrito respecto del fútbol. Sin embargo, cada día nos descubre un dato nuevo, distinto, curioso, que mantiene el interés de los aficionados y del público en general. Si el número de equipos no tiene límites, sus aficiones tampoco. Todas ellas, con legítimo derecho, se consideran las mejores. Las más entregadas, las más fieles, las que más animan. Las más originales en sus gritos y cánticos.
Si del Athletic se ha dicho con razón que es un caso único en la historia del futbol, ¿qué se puede decir de su afición? Se cita a las "barras bravas" argentinas, a la "torcida" brasileira, a la grada de Liverpool y al ambiente de Old Trafford. A los mineros del Schalke y a los tifossi italianos. Y después de recorrer todo el planeta futbolístico, quienes llegan a San Mamés, quienes ven u oyen lo que aquí ocurre, se asombran. ¿Qué magia se conjura en ese ambiente y quién la crea?
En torno al Athletic se da un elemento diferente que no se construye o forma con campañas de publicidad, de forma artificial o programada. A lo largo de muchos años se ha ido generando un sentimiento de identificación que es genético, está en el ADN social y se transmite, familia, amigos, ikastolas y colegios, más allá de la voluntad consciente de quienes aquí vivimos y sentimos. Otros equipos tienen sus aficiones, sus hinchadas, que se identifican a muerte con sus equipos. El Betis, el Cádiz, el Mirandés y tantos otros tienen seguidores constantes que son fieles en su ánimo al equipo de sus amores. Aquí, la cosa va más lejos. Quienes estudian la fórmula de crear grupos humanos identificados con una idea, con un producto, con una marca, ya tienen campo de experimentación. Si logran dar con la clave, que se hagan ricos con ella. Porque nosotros esa riqueza la disfrutamos hace tiempo.
Al Athletic no le apoyan sus socios, los que asisten a sus partidos, sus seguidores declarados. Le apoya un tejido social que no entiende de edades y posiciones económicas o políticas. Que se extiende y crece como la hierba en primavera y que no se puede cortar, porque crece más. Son del Athletic hasta aquellos que rechazan el fútbol y aquellas que no han visto un partido en su vida. Lo son porque el Athletic es otra cosa y así se vive desde hace ya más de cien años.
Y si la identificación con esos colores nuestros, con esa idea que representamos, viene de lejos, en vez de ir a menos se ha acentuado con el tiempo. Si en los años 50 ya se recibía a los jugadores como a héroes, en los 80 se ideó la celebración de la gabarra y supuso una movilización de masas, un espectáculo visual y emotivo que, en proporción a los habitantes, no se habrá dado en ningún otro lugar. Si eso era mucho, lo ocurrido hace tres años con la semifinal y la final de Copa introdujo variaciones que nos asombraron a nosotros mismos. ¿Qué decir de lo que está ocurriendo esta temporada?
No hay lugar en el mundo en el que, pueblo a pueblo, barrio a barrio, cada día de partido los bares señalen con una bandera rojiblanca que allí, exactamente allí, se va a ver ese partido. No hay otro sitio en el que los balcones y ventanas muestren durante semanas esas banderas rojiblancas que han hecho millonaria a alguna empresa de tejidos. No existe otra ciudad o, mejor, otro territorio, en el que todos los días del año haya personas que llevan prendas de ropa con referencias al Athletic.
¿Y cómo se puede explicar el comportamiento habitual en el campo y alrededores? Ya sé que en todos los clubs, en todas las hinchadas, hay un grupo de personas que usan el fútbol para descargar adrenalina. En algunos casos para, cubiertos por la masa y la disculpa del equipo, comportarse de forma impresentable. Pero en nuestro caso, esos comportamientos son residuales.
No hay otro lugar e insisto, no hay otro distinto a nuestra tierra, en el que dos hinchadas rivales se citen para ir juntas al campo y compartir una fiesta deportiva. ¿Nos imaginamos a las aficiones de Inter y Milan juntas en el campo? ¿Y las de Betis y Sevilla o Madrid y Atlético de Madrid? En Mánchester prohíben a los aficionados entrar en los pubs con camisetas o bufandas de los equipos, los días de partido. Hasta que llegamos nosotros.
¿En qué campo de futbol se aplaude a los buenos jugadores contrarios, e incluso a los equipos que te han ganado? Y esos vascos toscos y sosos ¿cómo le tomaron el pelo a un andaluz salao como Del Nido?. ¿Quién organizó aquello? ¿Quién preparó el paseo del autobús del hotel al campo en aquella semifinal?
Pero, más importante, en los años de plomo, cuando la sangre no corría por las venas, cuando no podíamos ni tragar saliva, nadie se permitió chillar o hacer el mínimo daño al equipo en San Mamés. Se escuchaban las órdenes de callar cuando algún silbido se le escapaba a algún desesperado. ¿Y que pasó al final de temporada? En cuanto terminó el último partido, la bronca fue monumental. Contra presidente y directiva. Y, al año siguiente, contra los jugadores. Pero después de terminar el trabajo, después de salvar los muebles. ¿Quién organizó aquello?
Gozamos de un intangible, de una conciencia colectiva, por decirlo de alguna forma, que nos hace saber, a miles de personas a la vez, cómo debemos comportarnos. Y lo hacemos como nos gusta ser. Serios pero con socarronería. Alegres pero comedidos, aunque es cierto que no siempre. Prudentes y sabiendo cuáles son nuestros límites. Pidiendo a nuestros jugadores lo que pueden dar. Sobre todo, trabajo, entrega, esfuerzo, dedicación y respeto a lo que representan y defienden.
Sabemos ganar y perder. Y así lo expresamos cada día. ¿En qué otro campo se le iba a decir a un árbitro que un gol a favor no había entrado, como ocurrió con el Ajax? Pero no nos gusta que nos roben la cartera, como ya han hecho reiteradamente algunos árbitros que parecen empleados de algún club al que no cito. Por eso, porque se nota que hay alguna diferencia, por ese comportamiento colectivo que no es perfecto porque es natural, espontáneo y, como tal, humano; a San Mamés le llaman "la catedral" del futbol. Ello no impide que nos volvamos locos de vez en cuando. Que la electricidad que se genera en San Mamés pueda iluminar a kilómetros. Que cuando suena el himno al inicio de un partido haya jugadores que quieran llorar y espectadores a los que se les erice el pelo. Que hasta los contrarios lo cuenten. Que los desconocidos se abracen, los más contenidos griten, los serios pierdan la compostura y las sonrisas tontas acompañen hasta casa a todos si las cosas salen bien. ¿Qué pasó el día del Sevilla que no se oía el pitido del árbitro? Que nos expliquen cómo entró el tercer gol contra el Sporting el otro día y lo que pasó a continuación. Esos cinco últimos minutos, ¿quién los va a olvidar?
Está mucho escrito, pero queda mucho por escribir. Si los Aztecas tienen razón, si este 2012 se acaba el mundo, que se acabe con el Athletic ganando cuatro títulos: la Liga Europa, la Copa, La Supercopa de Europa y la Supercopa de España, que es donde ahora jugamos. Qué mejor final para la humanidad.
Y mientras esto ocurre, desde aquí quiero hacer una petición pública a la Junta Directiva del Athletic: que retire la camiseta número 12, la cuelgue en el museo, y sea la camiseta que, a partir de la próxima temporada, sólo pueda usar la afición. Aquellos hombres y mujeres, niños y niñas, que tantos goles han marcado, tanto han disfrutado y sufrido, y tanto quieren seguir disfrutando, porque es parte de su vida. Que seamos únicos también en esto. Que quienes nos emocionamos con el Athletic, tengamos nuestra camiseta de por vida. Y con ella podamos jugar cada partido. De paso, ya que el nº 12 lo lleva Koikili, le quiero pedir una camiseta suya, para llevarla con orgullo, porque representa precisamente los valores que mejor definen a quienes visten la camiseta rojiblanca, además de la calidad: sencillez, humildad, dedicación, profesionalidad, esfuerzo, y un tremendo cariño por sus colores y su gente. Y que a él le den otro número el año que viene: su camiseta es la nuestra.